Se dice en la Constituyente…
2 de Octubre de 1968: Ni perdón, ni olvido.
Este 2 de octubre, volvemos a salir por todos nuestros caídos, por nuestros desaparecidos. Salimos quienes no nos callamos, los miles que cuestionamos las condiciones que imperan, cuyo principal responsable es el Estado; que ha preferido mantener las ganancias de una minoría a costa de nuestras vidas, para lo cual, desató una guerra en contra del pueblo, un genocidio que desde 1968 a la fecha, ha tomado diferentes formas.
En las décadas de los 70 y los 80, esta guerra se mostró como violencia claramente ejercida por el Estado, mientras que a partir de la década de los 90, comienza a transformarse en una guerra cuyos ejecutores son aparentemente -solo aparentemente- ajenos al Estado, tal como sucede con los paramilitares de todo el país, grupos porriles, y el narcotráfico.
Estas diferentes formas de guerra en contra del pueblo, de fondo han perseguido un mismo objetivo: quebrar la identidad, voluntad y disposición de lucha de un pueblo que clama por convertirse en gobierno y ser sujeto de su propia historia, de un pueblo que cuenta con una fuerte y profunda tradición de lucha comunitaria, radicalmente democrática, y que no cesará hasta terminar con la impunidad, la explotación y el despojo de las minorías que por tanto tiempo han saqueado, destruido y manchado de sangre a nuestro país.
Este 2 de octubre, una nueva generación se levanta de entre los escombros con el puño en alto y toma las calles exigiendo justicia. Hoy, como hace 50 años, la juventud se organiza para tomar las riendas de su propio destino y resistir contra ataques de los grupos de choque —como los porros— y los grupos represivos del Estado al que nos enfrentamos, los responsables de la desaparición de nuestros 43 compañeros y de la matanza en Tlatelolco. Hoy como ayer: exigimos la disolución absoluta de todos los cuerpos represivos del Estado.
Pero aún más que resistir a la violencia, hoy como ayer, nos proponemos democratizar al país entero, comenzando por nuestras propias escuelas y universidades, para lo cual será necesario arrancarlas de las garras de quienes con tanto esmero han negado la vocación liberadora y transformadora de las escuelas públicas. En esta lucha, que es tan solo un paso para contribuir en la transformación digna y necesaria de nuestro país, estamos hermanados con la generación del 68.
La Constituyente propone
No aceptaremos, letras de oro, y mucho menos aceptaremos que desde el Estado se nos exhorte a considerar que ha llegado la hora de perdonar. En verdad es hipócrita pedir perdón si no hay antes un proceso auténtico, riguroso, exhaustivo y absolutamente público de esclarecimiento de las responsabilidades, para que entonces se ejecuten las medidas que garanticen justicia y no repetición.
El día que los genocidas estén tras las rejas (comenzando por Luis Echeverría), cumpliendo las sentencias que les corresponden, sin obstrucciones ni salvedades de ningún tipo, podrán plantearse las víctimas – y no el Estado -, si ha llegado el momento de perdonar, mas no antes. Para los genocidas del 68, así como todos los funcionarios y narco-empresarios que han hecho de la violencia y el terror una política sistemática para garantizar la explotación, contención y negación de la voluntad del pueblo mexicano, ni perdón, ni olvido: ¡Castigo a los asesinos!