En medio de la incomprensión y el pasmo que ha generado la victoria electoral de Donald Trump, son muchas las reflexiones que se vuelven indispensables. Sin duda, debemos superar las explicaciones sencillas que tanto oxígeno le dieron a su campaña electoral en los medios de comunicación masivos: Sí, es absolutamente cierto que se trata de la llegada al poder de un racista, misógino, chovinista, xenófobo, y que por lo menos en el imaginario colectivo de varios sectores de la sociedad internacional, sugiere el regreso del fascismo. Pero poca atención se ha prestado a las propuestas y mensajes que lograron inclinar la balanza electoral a su favor: Frente a la decadencia y precarización de amplios sectores de la sociedad estadounidense como consecuencia del libre comercio, así como al obsceno enriquecimiento del sector financiero, ligado el hartazgo que los políticos profesionales han generado en las grandes mayorías debido en parte a las recientes crisis económicas, en particular la del 2008, en donde se privilegió el rescate de capitales privados por encima del bienestar de las mayorías, es decir, de los intereses públicos.
Jugo a favor de Trump la carrera de Clinton como político profesional: Clinton representa a la clase política aliada de Wall Street; es responsable del asesinato de Gadafi y las guerras de intervención y desestabilización en Medio Oriente, copartícipe del golpe de Estado en Honduras que se ha cobrado ya la vida de Berta Cáceres y de cientos de otros activistas y del pueblo hondureño; y no nos olvdiemos, principal autora intelectual de la reforma energética aprobada por EPN, tan solo por mencionar algunas de sus hazañas. También fue decisivo el terror que durante décadas y con tanto esmero se ha sembrado en millones de conciencias, profundizando a niveles insospechados el individualismo, en el que “el otro” y “la otra” (mujer, musulmán, mexicano, chino, etc.) son potenciales enemigos e incluso terroristas. Frente a toda esta situación de complejidad, Trump, empresario millonario que sin embargo logró presentarse como algo diferente a la clase política tradicional, pudo hacer las preguntas correctas y apelar a una realidad que ha provocado una profunda indignación y desesperación, realidad que además fue ignorada totalmente por lo políticos tradicionales y en particular por la candidata demócrata, y que posibilitaron que la explicación simplísima de que la causa de todos los males, eran los mexicanos y los chinos, junto a todas las otredades y minorías, se posicionara como la única explicación posible, y por lo tanto, la mejor.
Los movimientos sociales, la izquierda en general, hoy más que nunca debemos preguntarnos qué ha pasado, que frente a los escenarios de miseria causados por el libre comercio, en donde tendríamos que haber construido una explicación efectiva de nuestra realidad para trazar alternativas emancipadoras desde los pueblos, es ahora la ultraderecha más reaccionaria la que toma ventaja en lo que podríamos entender como la inminente transformación del neoliberalismo.
Para México, la llegada de Trump implica una amenaza de dimensiones que apenas se comienzan a vislumbrar. En su primer discurso, después de ganar elecciones, queda claro que varias de sus declaraciones más desafortunadas no se quedarían como meras herramientas de viralización mediática: Amenaza en deportar entre 2 a 3 millones de mexicanos en los primeros meses de su administración, para después reforzar el bloqueo del flujo migratorio y construir el absurdo muro (que por cierto, ya está bastante avanzado y que para sorpresa de algunos, fue obra de Obama y de Hilary Clinton); después de estas medidas de escarmiento, vendrá una reforma migratoria, a la que desde ahora el movimiento migrante debe comenzar a hacer frente, para evitar la división que a propósito de las negociaciones, buscará generar el gobierno de Trump. Por lo pronto, debemos prepararnos para el primer paso de Trump, consistente en el inicio de la deportación de “migrantes criminales” (que para Trump son todos). Para esto, vale la pena tener presente que tan solo en Tijuana hay 13000 migrantes varados, y la infraestructura de la ciudad ya no da para la cantidad de población que ha comenzado a concentrar. Si avanza esta promesa de deportación masiva, ¿A dónde regresarán los migrantes de pueblos que fueron exterminados por la violencia del crimen organizado?¿Qué ciudad soportará el incremento redoblado de la densidad poblacional? Y frente a la falta de oportunidades ¿Por qué no habrían de crecer exponencialmente las filas del crimen organizado, si es una de las principales tendencias que durante los últimos sexenios se ha mantenido?
Son preguntas a las que no podemos ya responder de manera teórica, sino práctica, y no será por cierto el Estado Mexicano quien pueda dar alternativas para esta catástrofe social anunciada, menos cuando el grupo en el poder ha mostrado ya un servilismo patético hacia el antes candidato y ahora presidente electo de los Estados Unidos. Son muchas las preguntas, a las que como estas, tendremos que responder desde nuestros pueblos, desde una genuina solidaridad. Tan sólo para tenerlo presente, cabe destacar que Trump duplicará el presupuesto del Home Land Security (política militar de seguridad interna de EEUU y de los territorios sobre los que domina, incluido México), y tenemos que comenzar a anticipar las repercusiones que puedan tener su propuesta de terminar con la participación y financiamiento del Panel de Cambio Climático de Naciones Unidas; su desconocimiento de la OTAN; el posible final abrupto o modernización del TLCAN, entre otras propuestas que amenazan al neoliberalismo tradicional, pero que solo auguran la entrada a una nueva fase del capitalismo, ahora sin antifaz, más salvaje, violento, y de capacidades destructivas aún insospechadas.
Para las y los mexicanos que nos encontramos en ambos países solo queda una opción: organizarnos y hacerlo en serio, no solo entre nosotros, sino también hacerlo y de manera urgente con todas las comunidades migrantes, con las mujeres que luchan contra la violencia patriarcal que amenaza con crecer a pasos agigantados bajo la sombre de Trump; debemos articularnos con los pueblos nativos de norteamérica que luchan contra los megaproyectos, en particular contra un oleoducto de la Energy Transfer Partners -de la cual Trump es inversionista- que planea pasar por territorio Dakota; el pueblo creyente está llamado también a organizar la resistencia desde su diversidad ecuménica en México y en Estados Unidos, donde ya se empieza a organizar la creación de “santuarios” para refugio de los migrantes. Debemos articularnos de manera urgente con las comunidades negras, que necesariamente tendrán que salir de nueva cuenta a pelear y defender el derecho a la vida, más cuando con la llegada de Trump, se ha reactivado al KuKuxKlan, que anuncia un desfile en diciembre para celebrar al nuevo líder.
Todo el pueblo trabajador, incluida la clase media blanca que por la crisis y el miedo salió a votar por Trump, así como los migrantes ya documentados que votaron por Trump bajo la amenaza de perder su trabajo, también deben pelear de nuestro lado, y para que esto suceda, será necesario un diálogo amplio y profundo: es falso que expulsar a los mexicanos y otras minorías, y regresar las maquilas, manufacturas y otras industrias al interior de Estados Unidos permitirá el regreso del sueño americano, muy por el contrario, aún cuando pudieran generarse empleos por esta medida, en poco tiempo se habrán profundizado las carencias, los trabajadores de cualquier raza, pero en particular los trabajadores blancos conocerán la superexplotación (tan normal en México y China) a la que la industria ha tenido que recurrir como uno de los principales garantes para el crecimiento económico de las empresas, junto con la devastación ambiental provocada también por la sobreexplotación rapaz de la naturaleza; se asistirá al deterioro generalizado de la salud y de todas las condiciones que debieran estar garantizadas para una vida digna.
Hoy algo es claro: la lucha popular forzosamente tendrá que borrar fronteras, y los pueblos de Norte y Centroamérica, estamos llamados no solo a protegernos entre nosotros y a resistir, definitivamente, tenemos que buscar una salida en la que el respeto y la dignidad para la humanidad y la naturaleza, tomen un lugar central. Hoy, como la Norteamérica y Centroamérica profunda que somos, desde todas nuestras memorias de lucha, nuestras raíces, nuestra diversidad y desde lo comunitario, debemos emerger ahora con más fuerza que nunca para frenar de una vez por todas el ascenso del fascismo del Siglo XXI, así como para recuperar el futuro que hoy amenaza con desaparecer.