El viernes 25 de Noviembre murió Fidel Castro. Nosotros salimos a la calle. Acostumbrados a otro ritmo y otras dinámicas pensábamos que el salir a la calle sería una constante. El silencio, algunas caras tristes, otras indiferentes. Primeras banderas de Cuba y la rojinegra del Movimiento 26 de Julio colocadas en casas y edificios. No sabíamos qué buscar, quizás encontrarnos con lo conocido ¿Qué podría ser para nosotros lo conocido? ¿Qué acontecimiento podría ser similar a este? Acá no se vive lo que conocemos, se vive un tiempo distinto, un modo diferente. Vive un pueblo que sabe que no hay tiempo para llorar, sino para armarse de coraje y plantar un nuevo paso hacia adelante. Lleno de experiencias difíciles, sabe que es un tiempo duro y se prepara así para enfrentarlo.
Los homenajes comenzaron días más tarde. Aunque decir homenaje le quita el contenido genuino, épico y sincero que realmente tuvo aquel saludo de lucha y compromiso que le hizo el pueblo cubano y del mundo a Fidel.
El Lunes 28 se colocó en el mausoleo de Martí -así como en la escuela de la esquina y de todos los barrios- la foto de Fidel en la Sierra, mirando al horizonte, con su mochila, su fusil, y una parte de su famoso discurso sobre el sentido de la Revolución. Al lado, un cuaderno para que cada uno se acerque a dejar un mensaje, que reafirme el compromiso, el juramento a continuar y profundizar el horizonte de la Revolución.
El martes 29 se realizó un acto masivo en la Plaza de la Revolución, La Habana. Miles de miles de cubanos se hicieron presentes: estudiantes, madres, abuelos, militares. (Sí, militares: Existe un país en el mundo en el que ser militar no es sinónimo de miedo y en el que vestir el traje verdeolivo es muestra de orgullo colectivo, de cuidado, de Revolución).
Las únicas banderas que flameaban eran las de Cuba, junto con alguna de Venezuela, de Angola, de Brasil, del Che. Fue un acto que duró muchas horas, en el que hablaron mandatarios y representantes de todas partes del mundo. La mayoría de los que participaron lo hicieron con el fin perverso y mezquino de lavar su imagen, mostrándose atentos a un proceso revolucionario con el que poco comulgan e incluso en la práctica económica y política hostigan.
Entre estos, no podía faltar Enrique Peña Nieto. Dio un discurso aparentemente diplomático, políticamente correcto, aunque en sus palabras encubría no sólo un grado de cinismo propio de su especie, sino la necesidad de presentarse frente a EEUU como un salvaguardián de sus intereses. Entre sus promesas al pueblo cubano incluyó la de ayudar en su “desarrollo y modernidad” (¡Qué distancia abismal e irreconciliable existe entre aquella concepción de “desarrollo” y la humanista y socialista del pueblo revolucionario cubano!) y evitó nombrar “democracia y libertad” para referirse a los logros de Cuba, con el único propósito de que ese silencio demostrara la complicidad (o más bien, la subordinación) al discurso oficial del imperialismo gringo. La misma oficialidad que hoy pregona y anuncia un “cambio de época” que sigue apostando -no sólo por la vía militar y económica, sino también mediática y cultural- a liquidar la Revolución Cubana.
En aquel discurso ya citado, un primero de mayo del 2000, Fidel puso en palabras el sentido de la revolución, la dignidad del pueblo y el socialismo. Por las calles de Santiago, niños y niñas pioneras repetían al unísono y con un orgullo propio de esa tierra heroica, aquella definición tan sencilla como contundente. Palabras que definen no sólo un proceso, sino fundamentalmente el valor ético y moral de una cotidiana vida revolucionaria:
“Revolución es sentido del momento histórico;
es cambiar todo lo que debe ser cambiado;
es igualdad y libertad plenas;
es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos;
es emanciparnos por nosotros mismos
y con nuestros propios esfuerzos;
es desafiar poderosas fuerzas dominantes
dentro y fuera del ámbito social y nacional;
es defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio;
es modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo;
es luchar con audacia, inteligencia y realismo;
es no mentir jamás ni violar principios éticos;
es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo
capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas.
Revolución es unidad, es independencia, es luchar por nuestros sueños
de justicia para Cuba y para el mundo,
que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo.”
El miércoles 30 partió la caravana desde La Habana a Santiago de Cuba, desandando los pasos que los rebeldes recorrieron tras el triunfo de la Revolución en enero de 1959. Llevaba los restos de Fidel una caja pequeña que contrastaba con lo gigantesco de sus pasos, pero que correspondía con la humildad propia de un revolucionario que renuncia al oro y se niega a hacer de sí mismo un culto personalista. En cada pueblo por el que pasó la caravana hubo un acto, una vigilia, una espera popular teñida de mística, de música y letras. Tras su paso quedaban banderas del Movimiento 26 de Julio, mensajes a Fidel, Patria o Muerte: Venceremos.
Finalmente el sábado 3 llegó a Santiago, cuna de luchadores de todos los tiempos. Al pasar la caravana, los gritos y los cantos se transformaron en un silencio inmenso, un murmullo colectivo. La caravana pasó, la caja con los restos de Fidel contrastaba con la expectativa de la gente, esa no era la imagen que recordaba del Comandante. La gente se había acostumbrado a ver a un hombre fuerte, histórico, sencillo, sonriente y con una inmensa fortaleza. Ahora una caja llana guardaba los restos de un gigante. Una imagen que resultaba incomprensible. Siguió y tras esto, las miradas, los abrazos, las caras mojadas que hablaron mejor que las palabras y las consignas.
Luego vino el acto en la Plaza Antonio Maceo, ese héroe independentista cubano que dijo “Quien intente apoderarse de Cuba, recogerá el polvo de su suelo anegado en sangre, si no perece en la lucha”. De nuevo, muchas horas de espera, contingentes de estudiantes, pioneros, jóvenes alistados en las FAR, familias. El acto comenzaba a las 19 hrs., pero desde las 15 hrs. ya varios grupos habían copado la mitad del espacio. El calor particular del oriente de la Isla incrementó con el calor de un pueblo orgulloso de tener en su tierra los restos de Martí y Fidel y llevar su legado como bandera de lucha. En el acto hablaron los dirigentes de las organizaciones de masas: de campesinos, trabajadores, jóvenes, estudiantes, artistas y escritores, mujeres y fuerzas armadas revolucionarias. Cerró con las palabras de Raúl, comandante en Jefe del pueblo cubano. La entereza, la fuerza de su voz, la defensa del socialismo, el cariño de un amigo y hermano. La decisión de hacer cumplir los deseos de Fidel: de hacerlo cenizas, de llevarlo a Santiago, la caravana y finalmente, la de no hacer de él ni un monumento, ni llevar su nombre a ninguna institución ni calle.
Aún muerto Fidel sigue enseñándonos sobre las verdaderas cualidades que debe tener el hombre nuevo del que tanto habló el Che. Demostración de humildad, de ir contra todos los que quieran hacer de la Revolución un nombre, una persona y de quitarle al pueblo el protagonismo, pero sobre todo la responsabilidad de sostener y continuar la senda abierta por aquellos que pelearon por la libertad de todos.
El viernes 25 de Noviembre no murió Fidel Castro. Su presencia física se convirtió en objeto, pero su vida de sujeto se multiplicó en todas y todos los cubanos que al decir “Yo soy Fidel” están marcando un horizonte que promete la continuidad revolucionaria que abrió el más grande de todo un pueblo. El Che Guevara escribió para sintetizar la actitud del pueblo cubano frente a la crisis de Cuba, en la que estuvo en juego el futuro de Cuba y quizás de la humanidad toda que “Nuestro pueblo todo fue un Maceo”, haciendo referencia a que todas y todos los cubanos se habían entregado con el valor, la fuerza y el heroísmo del prócer a defender una vez más su patria. Ahora, parafraseándolo, podríamos decir que el pueblo cubano todo es un Fidel.
*Colaboración de dos integrantes de la NCCP, quienes han podido acompañar al pueblo cubano en estos días de duelo por la muerte de Fidel, pero sobre todo, de compromiso renovado para con la revolución.