La Nueva Constituyente en el Centenario de la Constitución
Hoy se cumplen 100 años de nuestra Constitución Política Mexicana. El documento legal más importante que da cuenta de la unidad del pueblo soberano. En este centenario, nosotras y nosotros, quienes lanzamos hace dos años la propuesta de crear una Nueva Constituyente Ciudadana Popular, hacemos nuestros los preceptos fundamentales de este documento para emprender la tarea más grandiosa: refundar el país.
La soberanía dimana del pueblo es una noción que permea en el pueblo de México al menos desde 1814, cuando tuvo su primera formulación escrita en Los Sentimientos de la Nación proclamados por José María Morelos. Luego quedaría plasmada en la Constitución de 1857 y de 1917. Desde entonces, el postulado de que el pueblo es la base del gobierno, de que de él nace y se instituye el poder para gobernar la nación, de que desde su poder se construye la unidad nacional y se traza el sentido y destino de la patria ha sido la base de todas las luchas populares, que sin conocer a fondo ni de modo erudito el contenido de sus leyes, saben que el trabajo y sacrificios, las resistencias y revoluciones a las que se han lanzado nuestros ancestros desde la invasión europea, se han constituido en la fuente primigenia de derecho y que, aunque los gobiernos desde el México independiente -salvo decorosas excepciones- se han sostenido dándole la espalda a este fundamento, el pueblo mexicano ha logrado desde entonces que esta ley quede escrita, para que nunca se olvide esta verdad y que en casos tan adversos como el que vivimos hoy, estas palabras sean la herramienta de la nueva revuelta que tiene bajo sus hombros la fuerza acumulada de 500 años de luchas y el deber de lograr de modo definitivo el ejercicio del poder soberano.
La soberanía no puede separarse de la idea de unidad de quienes nace. Esos seres tan iguales, entre tanta diversidad que los conforma, para que una sola palabra los identifique como tales: el pueblo. La unidad de México como nación viene de tiempos previos a la conquista. Esta unidad contiene también ideas de igualitarismo muy fuertes que se han logrado con movilizaciones masivas, el sacrificio, la sangre y una conciencia fortísima de la necesidad del bien común. Un bien común que no es una fórmula abstracta, sino expresión de nuestras visiones indígenas sobre el papel de nosotras y nosotros en el mundo, de nuestra relación con la naturaleza, con otras regiones del mundo y de la forma de relacionarnos entre compatriotas. La unidad se expresa al llamarnos pueblo. Hablamos de pueblo y no de pueblos, no para negar la gran diversidad de comunidades que hay en México, sino porque desde abajo, la palabra pueblo define una específica forma de unidad nacional de los iguales, de las y los de abajo, de quienes construyen día a día México, y no de quienes lo dañan y que en momentos en que puede verse en riesgo su dominio hablan de una unidad en la que ellos están por encima del pueblo y en la que este sólo sirve para seguir sosteniendo su dominio injusto.
Junto a la soberanía, la justicia social es el fundamento de la organización de la vida, del trabajo, del territorio y de una nación que debe ser soberana y detentar como propios sus bienes. Una justicia que parte del reconocimiento de la dignidad de hombres y mujeres, de sus derechos a la salud, educación, trabajo, vivienda y tierra para labrar; es la justicia que no puede ser mientras exista la pobreza. De esa idea de justicia social, la democracia y la libertad tienen una identidad que va más allá de las concepciones dominantes. En sus fundamentos, la democracia sólo puede ser tal si representa el ejercicio del poder del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, atañe a todos los ámbitos de lo político y no sólo a un sistema electoral simulado. La libertad, en ese mismo sentido, no es la libertad egoísta de propietario privado que apela a ella para aplastar a los demás, es la libertad del pueblo para regirse, definir su camino, organizarse y vivir; es la libertad que reclama el derecho a la vida contra tanta muerte, la libertad de hombres y mujeres para también, en el plano personal decidir sobre sus cuerpos; es la libertad que se enfrenta a cualquier colonialismo y dominación.
Y en la herencia que reclamamos en este Centenario, acosados permanentemente por las potencias extranjeras, hemos desarrollado una conciencia antiimperialista sin la que no es posible pensar la nación. Ante las invasiones española, francesa y estadounidense siempre fue el pueblo el que, con abnegación y contra todos los cálculos previsibles, logró expulsar una y otra vez a los extranjeros. El artículo 136 de nuestra Constitución constata este antiimperialismo y previene de cualquier acto de traición al poder soberano, tanto de fuerzas imperialistas como por aquellos que usurpando el poder del pueblo, funcionan como administradores de los saqueos posibles.
Estos principios están contenidos en la Constitución de 1917 y los recuperamos. Pero también es necesario hacer un ajuste de cuentas histórico. Las tensiones entre la Revolución y la Contrarrevolución de inicios del siglo XX quedaron plasmadas en el texto. Tan grande era la fuerza popular, que a pesar de ser derrotada, los principios de la Constitución quedaron marcados por ella, y no por las fuerzas triunfantes, que tuvieron que asimilarlas para poder gobernar. La Posrevolución tuvo que asumir las demandas populares, pero negando permanentemente su raíz radical. Sobre todo negó las formas de gobierno populares e instituyó un gobierno ajeno al pueblo. A la larga, esta ausencia de democracia, junto al monopolio de la fuerza, además de ensanchar la brecha entre gobernantes y gobernados y de incumplir las demandas de justicia social, permitieron que se fuera enquistado un poder entreguista y traidor a la patria, que subordinado siempre a los designios de los más ricos de México y el mundo, terminó por diluir al máximo los principios de democracia, justicia social, igualdad, soberanía, independencia y libertad que contiene la Constitución.
Sobre todo en lo que se le dice “neoliberalismo”, quienes gobernaron lo hicieron a espaldas y en contra del pueblo. En los últimos 40 años la entrega del país a las grandes corporaciones fue brutal. Ocurrió una ocupación cómplice en la que las clases dominantes cedieron a las metrópolis casi por completo todos los bienes que permiten el sostenimiento de México. Ellas han saqueado más en estos 40 años que todo el tiempo de la colonia, la independencia y la postrevolución. Destruyeron el ambiente casi de forma irreparable, abandonaron el campo original para reemplazarlo con un campo agroexportador, desmantelaron la industria nacional original para reemplazarla con una industria básicamente extranjera, aumentaron como nunca antes el desempleo, la emigración, la pobreza y la desigualdad y gobernaron sobre todo a través de una represión implacable de la protesta social y el terror generalizado, militarizando todo el país y haciendo de la destrucción de los tejidos sociales y de los asesinatos y las desapariciones el pan de cada día.
Aunque la llegada de Donald Trump posiblemente terminará con importantes reglas neoliberales del juego, lo cierto es que la presente crisis del libre comercio está siendo encaminada para que quienes más desmantelaron y entregaron a la nación puedan hoy mantenerse encabezando la supuesta defensa y la unidad nacional. Posiblemente los nuevos saqueos podrían ya no hacerse a nombre del libre mercado, pero el principal peligro del momento actual estriba en que si la presente oportunidad histórica de cambio no es determinada significativamente por las necesidades nacionales y la voluntad popular, nuestra miseria y saqueos seguirán aumentando, mientras nuestros muertos y desaparecidos seguirán creciendo, invisibilizados aún más.
Aunque ciertamente requerimos de una gran movilización para la defensa de la nación que nos permita reajustar nuestras relaciones con Estados Unidos, lo inmediatamente cierto es que la nueva careta patriotera de quienes han sido por treinta años los auténticos traidores a la patria sólo está encaminada a hacer tiempo, mientras logran entender las nuevas reglas económicas, políticas y militares de la nueva entrega nacional al nuevo vecino imperial.
La entrega del país seguirá pero de modos más brutales, solo que ahora con un nivel de legitimidad que no tenían. Tratarán de robarnos las palabras nuestras que habían dejado de usar. Volverán a hablar de pueblo, de nación, de unidad…. Pero nosotras y nosotros no podemos cederles ese lenguaje, nos toca defender nuestros símbolos, nuestras formas de identificarnos y reconocernos. El miedo a la posible invasión de Estados Unidos y la pobreza ocasionada por el desastre económico que causaron, serán utilizados para llamarnos a confiar en las instituciones.
Las elecciones presidenciales de 2018 serán un momento de intensas diputas que los grupos dominantes ya están queriendo manipular para perpetuar intereses, mientras que otros grupos políticos o sociales también querrán utilizar para posicionarse institucionalmente o bien para disputar algunos posicionamientos entre ellos mismos. Si en los últimos veinte años las contiendas electorales resultaron altamente problemáticas para los grupos dominantes, dependiendo del modo en que se articule el pueblo en el proceso electoral podrán resultar aún más problemáticas o también podrían servir para que las clases dominantes se legitimen aún más dentro de ellas.
Por eso hoy, quienes construimos los primeros pasos de la Nueva Asamblea Constituyente que refunde el país, sabemos que no podemos caer en sus trampas y que tenemos que ir en contra y más allá de las formas en que políticos y empresarios plantean, con nuevos discursos, seguir el camino del desastre.
Nosotras y nosotros seguimos trabajando desde la base, buscando la unidad del pueblo y apelando a que se realice desde ya lo que dice el artículo 39 de la Constitución. Que con base al artículo 136 de esa misma Constitución sean depuestos y juzgados los que actuaron en contra de sus principios y que nuestra ley suprema le quitemos todas los cambios contrarios a sus principios que le hicieron, para desde esa base, en su momento y ya con toda la fuerza necesaria, conformemos una Nueva Asamblea Constituyente de la que saldrá una nueva Constitución. Así como la Constitución de 1917 se basó en la de 1857, la Nueva Constituyente saldrá del vientre de su antecesora. En sus fundamentos radican las fuentes de legitimidad que nos permiten levantar hoy este proyecto.
La refundación de México del pueblo, por el pueblo y para el pueblo es nuestro punto de partida y de llegada. En ese caminar vamos desatando la esperanza de la posibilidad de cambio. Seguimos con la idea de escribir una Constitución desde la gente, pero lo haremos basándonos en las bases revolucionarias que contiene la de 1917 y tendremos que desatar una fuerza social muy grande para que esta se realice.
En el centenario de la Constitución nos queda claro que no podemos confiar en que los tiempos por sí solos hagan viable nuestro proyecto. No podemos confiar en las bondades de un sistema, en sus tiempos ni reglas del juego. Nuestra acción para ser eficaz sólo podrá venir de un fuerza que logre alterar todo. Para florecer la Nueva Constituyente requiere de acción, de mucho trabajo y empeños tan grandes que hagan evidente lo que hoy parece imposible: que el pueblo de México se levante, se transforme por entero y se gobierne a sí mismo con justicia, democracia, igualdad, libertad y soberanía.
Partimos de las resistencias pero vamos más allá al poner en el centro el gobierno y el pacto social necesario para salir del desastre, un pacto social y no un pacto de criminales como el que plantean hoy la elite de empresarios y partidos. Nuestros Encuentros de las resistencias son la forma de irlo construyendo y a la par que denunciamos las violaciones a las leyes, desde nuestros territorios iremos promulgando las leyes que, bajo el amparo de la Constitución de 1917, regirán nuestras vidas.
Tenemos pendiente delinear una estrategia de cambio, pero esta vendrá del trabajo con la gente, por eso estamos empeñados en ese trabajo. Vamos a fortalecer nuestra organización, a profundizar el trabajo de los comités y extender la Constituyente a todos los rincones del país. Tenemos el reto de llegar con una gran fortaleza a nuestra Cuarta Asamblea, para que desde ahí podamos anunciar al pueblo de México, ya con una mayor fuerza, los pasos próximos de nuestro andar. A cien años de la Constitución, México renacerá desde las entrañas de su pueblo. Con esa esperanza y con todo nuestro empeño haremos realidad la Nueva Constituyente Ciudadana y Popular.