Argentina se encuentra en el otro extremo de nuestro continente. Sin embargo lo que allí sucede es eco y reflejo de lo que a toda América Latina estremece. Desde hace poco más de un año, la situación crítica se ha ido acentuando: más de 700 mil despedidos (a razón de casi 2000 por día); hiperinflación desenfrenada producto de la decisión por parte del Estado de “liberar” precios y tarifas; suspensión de derechos laborales, contratos colectivos de trabajo y acuerdos de sueldos en el sector público y privado; estancamiento de salarios y caída estrepitosa de la capacidad de consumo de los sectores populares; alza de casi el 100% en transporte público y servicios; re-privatización de empresas estatales y espacios públicos; entre otras políticas de extremo ajuste que el actual gobierno del Peña Nieto argentino, Mauricio Macri, está llevando adelante.
Este avance desaforado del interés transnacional por sobre el nacional tiene su máxima expresión en los decretos de Mega endeudamiento que firmó Macri renunciando completamente a la jurisdicción nacional a favor de los tribunales ubicados en Inglaterra o Estados Unidos. Soberanías pisoteadas, entrega completa de los bienes nacionales, despojo y pobreza y enriquecimiento millonario de los mismos de siempre: ¿Acaso eso no nos suena familiar?
Pero el pueblo del sur no se queda callado. Marzo (y lo que va de abril) se convirtió en el mes de la resistencia popular: Paro general de maestros, paro de mujeres, movilizaciones de más de 500 mil personas, más de 5 marchas por semana, mítines y diversas formas de organización barrial florecen semana a semana. Pueblo de migrantes pobres y comechingones, guaraníes, calchaquíes, quechuas, quilmes y mapuches: tradición de lucha y de piquete, corte de calle y autogestión.
La consigna popular, viralizada mundialmente, que en 2001 se hizo carne en Argentina hoy se vuelve presente: “Que se vayan todos”. Así fue: cinco presidentes en una semana, con el detalle de la fuga de uno de ellos en helicóptero desde la Casa de Gobierno, mientras que en frente una brutal represión y consecuente masacre cobró la vida de decenas de trabajadores. Así fue que el pueblo empoderado buscó hacer suyo el horizonte político de su país.
15 años pasaron de aquellas jornadas de lucha, de Asambleas barriales y ollas populares. En 2015 los candidatos a la presidencia eran dos personajes, que aunque se mostraban de partidos contrarios, eran la imagen fiel de los intereses del gran capital internacional. Que haya ganado Macri no refleja un repliegue de la sociedad, una renuncia del pueblo a defender lo propio.
En lo que va del 2017 el gobierno macrista ha endurecido la represión y dado rienda suelta a las fuerzas de seguridad para que se encarguen de golpear y encarcelar a los sectores más golpeados por su política económica. El pasado domingo 9 de abril docentes que se encontraban armando una “Escuela itinerante” -con el fin de promover y acercar la escuela pública a todos los sectores sociales- fueron brutalmente desalojados: miles de efectivos de la policía (frente a sólo 100 docentes) irrumpieron en la plaza a fuerza de gases y palos. Niños, ancianos, heridos, detenidos, quemados.
Esta semana, nuevamente, el pueblo saldrá a las calles: a abrazar las escuelas, a abrazar las plazas, el parlamento, las fábricas. Saldrá a defender lo que le pertenece y hará justicia.
El destino de un país no lo define sus elecciones, lo define su sociedad ejerciendo la verdadera democracia, la que se hace en las calles, en el barrio, en el trabajo, en la comunidad. Los pueblos tienen historia y memoria y saben cuáles son las instancias de decisión que responden a sus verdaderos intereses. Tenían que ser de nueva cuenta las calles, la organización de base y las luchas la opción. Allá, como acá: nosotros sí sabemos elegir, porque sabemos que la verdad y la justicia sólo está en manos del pueblo levantado, en pie de lucha y en comunidad.