Descarga la versión Impresa: Boletín Semanal 09-10-17
(1) Fragmento de la Canción “Son los sueños todavía” de Gerardo Alfonso:
Tú subías desde el Cono Sur
y venías desde antes,
con el amor al mundo bien adentro.
Fue una estrella quien te puso aquí
y te hizo de este pueblo.
De gratitud nacieron muchos hombres
que igual que tú,
no querían que te fueras
y son otros desde entonces.
Después de tanto tiempo y tanta tempestad
seguimos para siempre este camino largo, largo
por donde tú vas, por donde tú vas.
El fin de siglo anuncia una vieja verdad,
los buenos y los malos tiempos hacen una parte
de la realidad, de la realidad.
Yo sabía bien que ibas a volver,
que ibas a volver de cualquier lugar,
porque el dolor no ha matado a la utopía,
porque el amor es eterno
y la gente que te ama no te olvida.
Tú sabías bien desde aquella vez
que ibas a crecer, que ibas a quedar,
porque la fe clara limpia las heridas,
porque tu espíritu es humilde
y reencarnas en los pobres y en sus vidas.
Son los sueños todavía
los que tiran de la gente,
como un imán que los une cada día.
No se trata de molinos,
no se trata de un Quijote,
algo se templa en el alma de los hombres,
una virtud que se eleva por encima
de los títulos y nombres.
Decir que vivimos un momento difícil, una gran crisis o un momento de desastre es ya una verdad incuestionable. Un estado de excepción permanente en el que el hartazgo, el miedo, el coraje y la indignación son ya sentimientos tan habituales que parecieran haber perdido sus efectos movilizadores, sacudidores de conciencias. Hasta los sucesos menos predecibles e incontrolables por los seres humanos, como los sismos del 7 y 19 de septiembre, se tornan en crisis políticas y quienes controlan el poder político del país terminan negando cualquier intención de velar por el bien común, aprovechando el momento para sacrificar a cuanta población pueda ser exterminada y lucrar con nuestra necesidad: desde los grandes negocios en torno a la construcción de las poblaciones devastadas, hasta el robo de las despensas que vienen del pueblo para el pueblo.
Esos momentos tan críticos nos hubieran sumido ya en la aniquilación total si no fuera porque en cada uno de esos momentos se asoman las formas más humanas de solidaridad, unidad y lucha de nuestro pueblo. La respuesta popular a los temblores es el más cercano testimonio de ello, y como aquella miles de ejemplos cotidianos regados por todo el territorio nacional.
Sin embargo, tenemos que resaltar que, hasta ahora, cada desgracia, cada suceso ignominioso ha logrado ser aprovechado por el sistema político para regenerarse, para incorporar -de manera distorsionada- las demandas sociales surgidas en los grandes sucesos, para impedir que surjan o se sostengan movimientos que cambien la situación del país. Las inmensas energías sociales desatadas en cada suceso terminan siendo usadas para reforzar los dispositivos de control y sometimiento con que cuenta el Estado mexicano, uno de los más fuertes y más atroces del planeta.
¿Qué tendría que cambiar en esta historia? ¿Es acaso una condena irresoluble? ¿Por qué no ha sido suficiente la movilización y la inconformidad puesta en las calles?
Sin ahondar mucho en la complejidad que estas preguntas suponen, nos atrevemos a afirmar que uno de los principales impedimentos es la ausencia de proyectos no sólo opuestos, sino diferentes al sistema y que planteen un cambio profundo, la liberación total y la justicia social, y no los planes mínimos que la realpolitik aconsejan. Algunos movimientos de oposición se encuentran en un lugar sumamente marginal, suelen ir detrás de los liderazgos que surgen desde el mismo Estado arguyendo que ante el momento tan difícil lo único que se puede hacer es ir con el menos peor. Otros, aunque con una ideología anticapitalista muy definida, asumen como una virtud su marginalidad y, aunque hablan de transformaciones profundas se constriñen a ser la oposición eternamente, la voz siempre consciente y consecuente de los grupos rebeldes minoritarios, para ellos la autonomía es una especie de trinchera de sobrevivencia, lugar para ser en oposición sin ensuciarse las manos.
La oposición está desarmada. Si bien se enuncian muchas promesas y existe un sin fin de organizaciones, también hay una enorme ausencia de proyectos posibles de fundirse con el pueblo. Las organizaciones rehúsan a la lucha política desde sí mismas y, sobre todo, niegan la importancia de dar una lucha política que plantee la destrucción del sistema de dominación.
Luchar por expropiar todo el poder a quienes nos lo han arrebatado, hacer una revolución total para acabar con todas las dominaciones, asumir la conducción política del país parecen palabras malditas que nos causan escozor y no queremos asumir. Sin embargo, por fuera del sentido común que funciona principalmente para perpetuar la sociedad imperante, inmediatamente salen de nuestras bocas y de nuestros “grandes” referentes intelectuales el desprecio a estos planteamientos. Entonces se popularizan frases tales como “los extremos son malos”, “eso era antes”, “esos temas ya están superados”, “el poder corrompe”, “esas ideas fracasaron”.
Hace 50 años murió en La Higuera, Bolivia, Ernesto Guevara de la Serna. El Che, fue ante todo un revolucionario. Un ser humano que se hizo extraordinario por plantear en ideas y en acciones que la acción revolucionaria puede crear nuevas realidades, que es posible acabar con las dominaciones y tener una sociedad más justa, y que una vez que se logra el primer triunfo se debe seguir combatiendo. El Che nos dejó una de las reflexiones más importantes para pensar desde los pueblos de América Latina, la transición a una sociedad opuesta y diferente, en el camino hacia el fin de todas las dominaciones. El Che no rehuyó de hacer política y luchó por la toma del poder. Esto es quizás lo más importante que dejó su martirio -la palabra mártir significa testigo- esto es, su testimonio.
Así, que en estos días en que no podemos dejar en el olvido las increíbles muestras de humanidad que tuvo el pueblo mexicano para enfrentar la tragedia del terremoto, tampoco podemos permitir que, a 50 años de su muerte, el Che sea sólo, en el mejor de los casos, un objeto de culto, un exponente de lo “rebelde” y una versión inofensiva para el sistema. Esto sería negar el esfuerzo por el que entregó su vida, siendo un verdadero revolucionario.
Estamos tan sólo a dos meses de realizar nuestra Cuarta Asamblea Nacional. Salir de ahí con al menos el esbozo de una estrategia para alcanzar la victoria donde el pueblo mande será fundamental. Habrá que ir teniendo claro qué significa victoria y qué significa que el pueblo mande. La memoria puede ser un arma para combatir en el presente.