Versión Impresa del Boletín -NCCP 23 de abril
Audio Boletin – 23 de abril 2018
Hace 50 años una masacre de cientos de personas y varios desaparecidos frenó un fuerte movimiento estudiantil y popular que se levantó para impugnar al Estado. La economía estaba en su mejor momento, el dominio del presidente y su partido sobre los medios de comunicación, las escuelas, los sindicatos, etc. era casi total. Pero aparentemente de la nada, cientos de miles de estudiantes fundidos con el pueblo se alzaron. Desafiaron todo. Parecía que iniciaba de nueva cuenta un movimiento tan fuerte que podría parecerse al que detonó la revolución mexicana. El Ejército y las fuerzas paramilitares lo impidieron. El crimen de Tlatelolco quedó presente como la advertencia de que no se podía luchar contra el gobierno.
Hace 43 meses, 43 estudiantes de la normal rural de Ayotzinapa fueron desaparecidos, dos estudiantes más fueron asesinados junto a tres personas más, en un dispositivo en que participó un grupo de narcotraficantes, el Ejército, la policia de Guerrero y la municipal de Iguala –y posiblemente dirigido desde Estados Unidos, según recientes revelaciones-. Los estudiantes habían tomado autobuses para trasladarse a la Ciudad de México y participar en la marcha en que se conmemoraría 46 años de la masacre de Tlatelolco. La economía estaba mal, el gobierno sumamente cuestionado y la indignación social tomó las calles para protestar contra el crimen. Pero, a pesar de que el partido en el poder –el mismo que gobernaba en el 68- no tenía un control tan fuerte como el de los 60, por la existencia de otros partidos y su famosa “alternancia política”, todos los partidos y espacios de poder cerraron filas en torno al Estado –aunque algunos aparentando protestar– para que la crisis que detonó la desaparición de los 43, no alterára las cosas, para que sólo dentro de lo establecido por el régimen se pudiera protestar, todo lo demás quedó proscrito.
De Tlatelolco a Ayotzinapa el crimen es el mismo, genocidio, y el gran agraviado el mismo, el pueblo mexicano. Se trata de una cadena de horrores en la que el 2 de octubre de 1968 y el 26 de septiembre de 2014 son tan sólo dos fechas que articulan una gran cantidad de delitos de un Estado que de forma planificada y sistemática busca destruir el sentido de nuestro pueblo, de su identidad, para extirpar nuestra voluntad e imponer su dominio, infundir el terror y reorganizar el conjunto de la vida social en función de los intereses de unos pocos.
Y el genocida no es sólo Díaz Ordaz o Peña Nieto, sino todos aquellos que sostienen este régimen. Al menos como cómplices y sostenedores del genocidio podemos ubicar desde aquel miserable oportunista que escaló como defensor de derechos humanos hasta Washington para luego obtener un puesto político, hasta cualquier otro que llegando al poder–en un futuro– no haga nada por interrumpir esta historia de terror.
En México estamos viviendo un genocidio. Tenemos un Estado genocida porque es la única forma en que es posible sostener el modelo político, económico y cultural de los dominadores, porque han encontrado que el genocidio es la única manera en que pueden someter a un pueblo tan fuerte, rebelde, organizado, solidario y valiente como el pueblo mexicano.