Los pueblos de México se levantaron contra el dominio de un tirano. Se lanzaron en inmensa hazaña y guerra justa por libertad, tierra y democracia. Eran los más oprimidos; los herederos de quienes resistieron a las invasiones de gringos y franceses; las y los hijos de los que soportaron todo tipo de sufrimientos durante la colonia; aquellos que lucharon por nuestra Independencia y que fueron traicionados por gobernantes que en nada representaban los intereses del pueblo. Ya habían peleado mucho y visto desfilar distintos políticos profesionales, que hablando en favor del pueblo habían actuando en su contra. Su movimiento se conocía ya en el mundo, y esos pueblos empezaban a conocer al mundo. Buscaban formas de apoyo más allá de las fronteras nacionales. Y en ese camino iban enterándose también de que en otros lugares, muy lejanos, otros pueblos hermanos tomaban el mismo camino de la lucha y la libertad.
Emiliano Zapata, el general del Ejército Libertador del Sur comisionó al general Genaro Amezcua a tareas internacionalistas. Amezcua viajó a Estados Unidos y posteriormente a Cuba. Desde este último país le informó a Emiliano el caluroso entusiasmo con el que era vista la Revolución mexicana por los cubanos. En respuesta a la sorprendente noticia, le contestó:
Verdaderamente, celebro que en ese interesante país hermano del nuestro, repercutan vigorosamente y dejen hondas huellas las reivindicaciones gallardamente sostenidas por el pueblo campesino de esta república de México.
Era de esperarse que así sucediera; era de augurarse
esa cordial hospitalidad para nuestros anhelos de
reforma y para nuestros empeños de radical renovación,
pues lo mismo tienen que pensar y que sentir los
pueblos de igual historia que sufren y han sufrido
idénticos males; que en su seno sienten agitarse los
mismos problemas, y que, es lógico, por lo mismo
alienten análogos ideales y vibren con los mismos
entusiasmos.*
En aquel tiempo, mientras nuestros pueblos luchaban por la refundación de México, el mundo enfrentaba la más terrible y grande guerra jamás vivida por la humanidad, en la que por primera vez se usaban armas químicas contra civiles. Una de las primeras ocasiones en que la extinción de la vida humana aparecía como una posibilidad cercana.
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Han pasado casi cien años y con ellos el olvido intencionado de las heroicas gestas de nuestros pueblos se acompaña de la naturalización de la violencia y de la resignación a que en cualquier momento pueda hacer desaparecer a la humanidad, producto de un ataque militar organizado desde las grandes potencias.
Olvido y naturalización de la violencia que apuesta a que seamos indiferentes ante las masacres permanentes del Ejército, Marina y grupos de delincuentes en contra de la población; que hace que la indignación por el asesinato de periodistas se limite a la denuncia virtual; que la ocupación militar de nuestros pueblos, como en Arantepacua, Michoacán sea silenciada o ignorada; que la participación política se reduzca a poder elegir entre el menos peor de los candidatos previamente elegidos por las elites políticas; que la política exterior de México se limite a apoyar a los golpistas en Venezuela y buscar nuevas formas de sumisión a Estados Unidos, con la renegociación del TLCAN.
Olvido y naturalización de la violencia que permiten al nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ganar legitimidad con un ataque militar del mismo modo que lo hizo George Bush jr. cuando carecía de ésta: inventando la presencia de armas químicas y asumiéndose como el salvador del mundo cuando además de buscar recuperar el consenso en su país (tan golpeado por las protestas e inconformidad ante su forma despótica de gobernar y por los choques con intereses de empresarios y del partido demócrata) busca atender a los intereses geopolíticos del Imperio en medio oriente.
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En esa carta que ya citamos, Emiliano Zapata, que ya tenía conocimiento de la revolución en Rusia y de la guerra mundial en curso, se anima con la noticia. Comprende que en ese pueblo hay un gran aliado. Que sus luchas son las mismas:
Mucho ganaríamos, mucho ganaría la humana justicia, si todos los pueblos de nuestra América y todas las naciones de la vieja Europa comprendiesen que la causa del México revolucionario y la causa de la Rusia irredenta, son y representan la causa de la humanidad, el interés supremo de todos los pueblos oprimidos.*
Para ese momento, Emiliano sabe que la lucha que le tocó iniciar en Morelos es más grande que lo que en aquel momento pudo haber imaginado: Que los enemigos que tiene son enormes y que su lucha va más allá de las fronteras nacionales, aunque sabe que su deber es pelear por ese pedacito de tierra que se llama Patria. Su lucha es entonces por la humanidad y por los pueblos oprimidos, hermanos y hermanas de la misma causa. Ve en los poderosos de las grandes potencias a los mismos “grandes señores” que explotan y torturan tanto a sus paisanos como a los pueblos del mundo en general.
Aquí como allá hay grandes señores, inhumanos,
codiciosos y crueles que de padres a hijos han venido
explotando hasta la tortura, a grandes masas de
campesinos.*
Emiliano escribió aquello casi un año antes de morir. Quizás no sabía que su muerte vendría pronto. Pero sí estaba viviendo ya un momento muy difícil. Tras tantos años de combate, las fuerzas dominantes empezaban a reorganizar el país en función de una nueva dominación que no estaba dispuesta a cumplir con las demandas de los más pobres, de los rebeldes y dignos que seguían alzados bajo el mando de Emiliano en el sur, y de Pancho Villa en el norte. Un nuevo régimen que empezaba a construir una de las más complejas dominaciones que, en nombre de esa revolución que traicionó, construía un modelo para evitar que volviera a haber otra que cumpliera con las demandas pendientes de los pueblos.
Emiliano sabía que era una prioridad para las clases dominantes, terminar con él, con el zapatismo y con el villisimo, para poder construir el nuevo régimen y “pacificar” el país. Nuestro comandante seguía peleando y miraba a otros países del mundo para extender las manos y hermanarse en la lucha. No se rendía. Sabía que sólo en la unidad con otros pueblos del mundo podría el pueblo mexicano alcanzar los sueños que se habían puesto en movimiento desde 1910.
Y aquí como allá, los hombres esclavizados, los hombres
de conciencia dormida empiezan a despertar,
a sacudirse, a agitarse, a castigar.
98 años de la ausencia de Emiliano y en momentos en que se ciernen sobre los pueblos tanto terror y violencia junto con olvido y naturalización de la violencia, de la desaparición, del genocidio, la carta que dirigió a Genaro Amezcua interpela a nuestra memoria, motor para animar la lucha necesaria. Memoria que no es recuerdo del pasado, sino la afirmación de una posición ante la vida y un arma para del presente para evitar sucumbir. Memoria que en una fecha tan importante para nuestros pueblos, como es el asesinato de nuestro general, se vuelve imprescindible. Su ejemplo en la acción y el pensamiento nos siguen moviendo y dando pistas de que su necesario regreso a cabalgar del lado nuestro, no es una cuestión del ayer, si no de hoy y del mañana.
¿Nos atreveremos a seguirlo? ¿Nos atreveremos a encontrar en esos otros pueblos que sufren la misma dominación, hermanos y hermanas con quienes estrechar la mano para combatir desde la misma trinchera? ¿Haremos que nuestra lucha sea la causa de la humanidad?
*Los fragmentos citados son de la carta de Emiliano Zapata al General Genaro Amezcua, comisionado zapatista en La Habana, Cuba. Escrita el 14 de febrero de 1918