Se dice en la Constituyente…
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Boletín Impreso Boletín Semanal 10 septiembre 2018
La posibilidad de ruptura
Hay un movimiento que parece inmenso y totalmente nuevo. Decenas de miles de estudiantes, principalmente de la UNAM, se han levantado tras la violencia porril que atacó a un grupo de estudiantes de los CCHs afuera de rectoría en la Ciudad de México. La fuerza del movimiento sorprende, entusiasma. La gran expectativa es que se convierta en un gran movimiento que barra con las injusticias -al menos en el ámbito educativo- y sea tan potente como en 1968. ¿Podrá llegar a serlo? ¿Logrará romper esa trágica historia -una y otra vez repetida en tiempos recientes- de tener a miles y hasta millones de personas movilizadas sin lograr resquebrajar al gobierno y conseguir resultados en favor de quienes padecen las injusticias?
La reciente historia de México muestra constantes alzamientos como el Movimiento por la Paz (2011), al Movimiento #YoSoy132 (2012), por los 43 de Ayotzinapa (2014) y contra el gasolinazo (2017) que sacuden al país, pero luego se diluyen. Han sido movimientos de impacto nacional, casi siempre acotados a ciertos sectores o regiones del país, en los que se entretejen contradictoriamente expresiones radicales con posiciones que refuerzan al sistema. En ellos se ha abierto la posibilidad de ruptura con el gobierno hacia un cambio general en el país, pero ha ganado -principalmente- un giro a favor de la dominación. El Estado ha logrado salir avante frente a estos movimientos sin que nada cambie sustancialmente.
En los casos citados y en el nuevo movimiento universitario los medios y la auto nombrada “opinión pública” actúan de un modo sistemático: primero, acercando su mensaje a la realidad que da cuenta del hartazgo social; luego, convirtiéndolos en engaño. Alzan el movimiento para controlarlo y finalmente desvirtuarlo en el momento que sea necesario, utilizando la siguiente muletilla: “en el inicio el reclamo era legítimo, pero se han apoderado del movimiento intereses oscuros”.
Las organizaciones populares, por su parte, no acaban de comprender estos movimientos de carácter espontáneo, tratan de encajarlos en sus moldes y los asfixian. Pelean direcciones de procesos en los que han estado ausentes o marginales, creyendo tener respuestas a todos los desafíos y ambicionando el control de los mismos. Al no conseguirlo, contribuyen a su deterioro, pues en el fondo, sus formas organizativas y planteamientos (a pesar de sus discursos radicales) se inscriben en las formas convencionales de hacer política, que ya las tiene dominadas el Estado. Su práctica y lenguaje se alejan más de la gente, en lugar de acercarse. Fuerzan los sentires populares a sus consignas, creencias y modas.
Pero sobre todo, es la inmensa fuerza y experiencia del Estado lo que ha desmovilizado esas luchas, con un sistema sofisticado de desmantelamiento de las protestas, apropiándose de los símbolos mediante un extenso cuerpo de cuadros políticos -aunque casi siempre tengan cara de idiotas- capaces de desmovilizar, comprar, dividir y diluir las movilizaciones populares. Y sobre todo, tienen a su favor el dominio en el plano cultural que impacta muy fuerte en quienes luchan.
La Constituyente Propone
Con entusiasmo salimos a las calles dispuestos a ir con los jóvenes que hoy se rebelan. Con esperanza de que rompan con esa “maldición” que se ha repetido una y otra vez. Con la firmeza y convicción de seguir luchando por la refundación de México.
El problema básico -aún no resuelto- es cómo en un país en ebullición constante y que se enfrenta a un Estado tan potente, se articulan las expresiones espontáneas de descontento con direcciones políticas que finalmente lleven a la ruptura y a los cambios radicales. Ante ese desafío, un gran revolucionario italiano dijo: “El elemento decisivo de toda situación es la fuerza permanentemente organizada y predispuesta desde largo tiempo, que se puede hacer avanzar cuando se juzga que una situación es favorable (y es favorable sólo en la medida en que una fuerza tal existe y esté impregnada de ardor combativo) […] Los grandes Estados han llegado a serlo precisamente porque en todos los momentos estaban preparados para insertarse eficazmente en las coyunturas internacionales favorables y éstas eran tales porque ofrecían la posibilidad concreta de insertarse con eficacia en ellas”.