Cuando oímos hablar de zapatismo algo se revuelve en las entrañas, el sentido común arranca de la memoria un sentimiento profundo de justicia. Aunque no conozcamos la historia a detalle sabemos y sentimos que alguna vez, alguien, estuvo de nuestro lado; por un instante se levanta la moral de los pantanos del agravio.
En 1911, los pueblos campesinos más pobres y oprimidos de México emprendieron una lucha fundadora que quebró el curso de la historia. Desde el sur del país y con un ejército de no más de mil hombres, los zapatistas llamaron a la nación entera a pelear por la restitución de las tierras, montes y aguas, monopolizadas por los hacendados, herederos y continuadores del régimen colonial que por 400 años había desangrado y robado al pueblo.
Los zapatistas sabían que la insurrección popular que llevara a Madero a la presidencia, aun cuando frenó el reeleccionismo de Porfirio Díaz, era insuficiente en tanto no acababa con el monopolio de la tierra, de la industria, de los medios de comunicación y de las armas -entonces en manos de hacendados y gobernantes serviles a los intereses extranjeros-. Fue así que en 1911 lanzaron el Plan de Ayala como un llamado a todo el pueblo para recuperar el territorio robado. Los zapatistas tenían bien claro que se necesita tierra para fundar una nación y empeñaron la vida para recuperarla, la pelea por la tierra no era una demanda económica carente de proyecto político como nos han querido hacer creer, era la base para echar a andar un proyecto político de autoemancipación, en donde los pueblos oprimidos con el permiso de nadie más que el propio, se lanzaban a recuperar la vida, la libertad y la patria para establecer el gobierno del pueblo por el pueblo.
La insurrección zapatista hizo y continúa haciendo temblar al malgobierno y a los señores del orden colonial dentro y fuera del México, por eso han intentado con insistencia borrarla de nuestra memoria, por eso en los primeros años del siglo pasado se desató la guerra contrarrevolucionaria más cruel y sanguinaria que haya visto nuestra historia para extinguirla. Sobre la sangre zapatista y villista se instituyó el “gobierno de la revolución” con Carranza a la cabeza. Poco después se puso en marcha la reforma agraria, en la que el Estado se adjudicó la repartición de la tierra y el pueblo, que derramó su sangre para recuperarla, quedó como solicitante, subordinado a la voluntad de un gobierno ajeno. El robo se instituyó en el “Estado revolucionario” y desde entonces a la fecha ha sido la norma. Cien años han transcurrido desde que fue cometido este crimen artero y la ley sigue siendo el medio por el que el Estado se adjudica la propiedad y administración de los bienes que por derecho le corresponden al pueblo.
¿Por qué hoy retomamos con insistencia el proyecto del zapatismo? Porque a pesar de que tenían todo en su contra, sin tierras y sin futuro, con un régimen que utilizaba todo para desaparecerlos, mujeres y hombres humildes apostaron al llamado del Ejército Libertador del Sur, demostrando que el sentido común que nos imponen los de arriba es falso, que la voluntad y la esperanza popular, son los verdaderos motores de nuestra historia y libertad, son los que impulsaron a Hidalgo, Guerrero, Morelos, Villa, Flores Magón, Carmen Serdán, y a muchos pueblos en todo el país a luchar por la patria, por nosotros, por el pueblo. Es por esta razón que en su lucha, en su proyecto, nosotros vislumbramos nuestro camino, afirmamos que es posible todo, si como pueblo nos lo proponemos.
Seguimos luchando, seguimos pensando y seguimos buscando en nuestra historia las claves para ganar, tenemos en el horizonte el ejemplo de nuestros abuelos y abuelas, de quienes dieron su vida para darnos libertad y dignidad, no las y los olvidemos, demos continuidad a sus pasos, hagamos realidad su proyecto y creamos firmemente que sí son posibles un México y una humanidad libres.