Un día como cualquier otro en nuestro estado de Morelos se daba una noticia de muerte. ¿Ahora quién o quiénes? “Sólo eran 7 personas”, la noticia se habría desvanecido como muchas más si no hubiese sido porque en la tarde de ese mismo día se supo la identidad de los cuerpos, se trataba de siete estudiantes cuyas muertes estarán por siempre en nuestra memoria: Juan Francisco Sicilia, Jaime Alejo, Socorro Estrada, Álvaro Jaimes, Julio y Luis Romero.
Súbitamente una sociedad descontenta por la violencia, encendimos veladoras, colocamos fotografías e hicimos una ofrenda afuera del palacio de gobierno del estado de Morelos. Aún se mantienen las fotografías donde los locales van a llorarles a nuestras víctimas, también los visitantes se sorprenden del horror. La mañana del día siguiente nos volvimos a encontrar, tomamos las calles, nuestros espacios públicos, en el centro de la ciudad de la eterna primavera. A pesar de no haber planeado nuestro encuentro, hacía tiempo que estábamos hartos del el olor a muerte que sofocaba el olor de las flores y las guayabas. Estos crímenes de estado, comenzaron a volverse cotidianos desde el 2009, año en que la marina ejecutó en Cuernavaca a uno de los tantos narcotraficantes que pululan en nuestro. Para ese entonces nuestro estado se había vuelto un territorio en disputa por los grupos del narco. Vivíamos con amenazas de toque de queda por parte de la delincuencia, personas colgadas en los puentes, levantones, cobros de piso, balaceras. Y entonces: ¿No hicimos nada? , ¡Claro que sí! Pues necesitábamos que todas y todos pudiéramos visibilizar la violencia, pensábamos que era necesario detener esta ola de violencia para seguir luchando por temas ambientales, laborales, por los servicios municipales entre otros muchos,. Las preguntas en ese momento eran: ¿Cómo exigir el alto a la guerra? y ¿A quién?, porque el narcotráfico no tiene rostro ni identidad legal, comprendimos entonces que habría que exigirle al gobierno que parara la guerra, un gobierno que desde Carrillo Olea (1994) estaba tan vinculado con el crimen que no quedaba claro donde terminaba uno y empezaba el otro.
Fue así que marchamos un 6 de abril desde la paloma de la Paz, escultura que pintamos de rojo como muestra de la sangre derramada, y que años después sería adornada con flores por los 43, convirtiéndose en un símbolo de lucha para visibilizar el horror provocado por el estado criminal. Ese día también en la UAEM se suspendieron clases para que todos los jóvenes, los más afectados por esta guerra saliéramos a las calles a mostrar nuestra indignación y voluntad de parar la violencia. Nuestra marcha rebasó el dolor local, llegó gente de otros estados que también estaban hartos de la violencia. Así fue que se extendió nuestra demanda a nivel nacional. Pronto iniciamos nuestra denuncia por la muerte de más de 40 mil personas y continuamos nuestro paso rumbo a la ciudad de México, hicimos dos caravanas en el país una hacía el norte y otra hacia el sur, finalmente otra más a Estados Unidos.
Este año 2017, se conmemoran 6 años de caminar en una rebelión ante la muerte. Con más de 200 mil asesinados y decenas de fosas clandestinas, en Morelos mantenemos la lucha por la vida con justicia y digna. En mayo pasado abrimos la primera fosa clandestina hecha por el gobierno de Graco Ramírez en Tetelcingo-Cuautla, en esta semana se abrió una segunda fosa en Jojutla, las dos hechas por el gobierno, en la primer fosa se extrajeron 117 cuerpos y en la segunda ya van 50 cuerpos contados, pese a que la fiscalía aseguraba que solo había 30 cuerpos, muchos sin carpeta de investigación, muchos solo identificados a través de pedazos de restos óseos.
Muchas cosas nos han faltado para lograr la victoria, quizás nuestro único logro fue visibilizar el horror criminal, puesto que la situación actual de violencia generalizada continúa y las acciones de denuncia no bastan. Necesitamos acabar con la guerra y sabemos que para ello es necesario refundar la nación, pues una ley de víctimas de poco a nada sirve si no cambiamos al gobierno cómplice y la dinámica de exterminio de la población que impera en todo el país. Otro de nuestros errores fueron pensar que solo las víctimas eran actores y no todo el pueblo y los ciudadanos, pues no hay únicos actores en el exterminio de la población; también nos faltó extender la lucha por la paz a las zonas rurales, donde la guerra y ocupación por parte del crimen toma una forma de exterminio tal que ha silenciado hasta la voz de denuncia.
Para que la guerra en el campo y las ciudades se frene, es necesario recuperar el control de nuestros territorios, constituir un nuevo gobierno y construir un nuevo país desde la voz de quienes desde abajo anhelamos la vida digna y la paz.