La Constitución Mexicana de 1917 fue expresión de motivaciones sociales encontradas, en algunos casos, antagónicas. Para el carrancismo la Constitución fue parte de una estrategia contrainsurgente, mientras que para el obregonismo fue el intento de institucionalizar el proceso revolucionario. En cambio, para otros sectores de raigambre popular menos consolidados políticamente, reflejó su aspiración a la justicia. Desde aquellos días hasta la fecha, la Constitución expresó en términos jurídicos el enfrentamiento de tendencias sociales y políticas que se han reflejado incompatibles.
No es un accidente que el grueso de las resistencias sociales a la explotación, al racismo y a la opresión política, casi siempre hayan formulado sus reivindicaciones en términos de respeto a la Constitución. Así el texto constitucional, a pesar de su desconocimiento, se convirtió en un referente de la cultura popular. Los apartados sobre derechos sociales, libertades civiles y nacionales, fueron usados, a lo largo de todo un siglo, como la justificación de una economía moral y de una ética ajena a las lógicas de depredación capitalistas más extremas.
En este momento en que el capitalismo neoliberal se ha entronizado como la forma más agresiva que asume la economía de mercado, es natural que la Constitución del ’17 haya sido uno de sus blancos fundamentales. Hoy, a más de cien años podemos decir, al igual que Magón en su momento, que la Constitución ha muerto.
Dos hechos ocurridos en la presente coyuntura confirman nuestro dicho de que la Constitución ha muerto; uno, el derivado de las últimas reformas estructurales emprendidas por Calderón y Enrique Peña Nieto, y otro, el ocurrido hace cuatro meses, la masacre de Iguala y la desaparición forzada de 43 normalistas de Ayotzinapa.
Estos dos hechos son las dos caras de un mismo proceso, que arrancó en 1988 con la serie de golpes de Estado técnicos, magnicidios y golpes a la Constitución. Estos tienen que ver con la instalación de una especie de dictadura cívico-militar, a contracorriente del reconocimiento formal de los derechos humanos, contemplados en el artículo primero de la Constitución.
En ese contexto, la ilegitimidad y la ilegalidad del grueso de la clase política, los ha convertido en usurpadores de las instituciones de la República. Los ha transformado en verdaderos delincuentes, que más temprano que tarde habrán de rendir cuentas ante los Tribunales de la Nación.
Hoy, cientos de personas pertenecientes a las más diversas expresiones de organización y lucha, estamos aquí reunidas para hacer patente nuestra voluntad de cambiar a México, para gritarle al mundo que las mexicanas y los mexicanos no nos hemos rendido, ni nos rendiremos ante la catástrofe y el horror derivado de la nueva ocupación colonial y del golpismo practicado por la clase política.
En medio de todo el dolor, la rabia, la tragedia, estamos alumbrando el nuevo tiempo, Nosotros somos ya una expresión del nuevo tiempo.
Llegamos hasta aquí porque hemos superado el tiempo corto de la impotencia, el nuestro es un acto de conciencia producto de las resistencias y las luchas contra el neoliberalismo durante las últimas tres décadas. Es ya un acto de refundación nacional, que se mueve en los tiempos largos de la Nación y en los tiempos ancestrales de nuestra raíz indígena.
La constituyente ciudadana apela a la refundación de México y para ello necesitamos reapropiarnos del tiempo ancestral, de reconocernos como pueblos con historia, hoy aquí estamos reunidos para reconocernos como hermanas y hermanos para reencontrarnos en la seguridad de que el pueblo y la sociedad civil mexicana, habrán de producir el acontecimiento de la liberación.
Por accidentes de la historia, pareciera que estamos ante el cumplimiento de los vaticinios de los pueblos y naciones que nos dieron origen. Hoy de muchas maneras, estamos dando los primeros pasos en el alumbramiento del nuevo tiempo, del nuevo sol.
Estamos plenamente conscientes de que iniciamos un camino sin retorno, que será largo y arduo, el camino de constituirnos como nuevo sujeto, que basado en un nuevo código ético y jurídico y una nueva Constitución, procederá a reconstruir los tejidos subjetivos y materiales, para hacer de nuestro País y del mundo un espacio de paz con justicia y dignidad.
La Nación y la humanidad, nos estamos jugando nuestras últimas cartas, de no triunfar la vida ya no tendrá oportunidad.
Los últimos sucesos relacionados con los precios de las materias primas, en particular del petróleo, son solo la superficie de la nueva catástrofe económica y social que se va a cernir sobre nosotras y nosotros. En términos históricos ellos están a punto de la quiebra, en realidad lo único que se ha mostrado es que no tenían razón, que fracasaron y nos están llevando a las puertas de un desastre de inconmensurables consecuencias.
La constituyente es una alternativa política y cultural; una alternativa que le apuesta a la razón y al sentir, pero también a la indignación y a la compasión frente a tanto dolor, a tanta muerte.
Hermanas y hermanos les damos la bienvenida a la lucha por refundar la Nación y el Estado mexicano, a la lucha por humanizar y refundar la civilización.