Editorial del boletín semanal 10/07/2017
A dos meses de haber encontrado el cuerpo de la jóven Lesvy Berlín Rivera Osorio, hoy, 10 de Julio, ocurrió una manifestación frente a la Procuraduría General de “Justicia” de la Ciudad de México -PGJ CDMX- la cual hace un par de días concluyó el caso como suicidio, y hoy vincula al proceso al que fuera pareja de Lesvy, acusándolo por el delito de homicidio simple doloso, en otras palabras: porque no impidió el suicidio de la jóven. El proceso que realizaron las autoridades tanto de la UNAM como de la PGJ, estuvo caracterizado por las inconsistencias y por la violencia institucional, que iban desde las declaraciones de la PGJ revictimizando a Lesvy, al culparla de su propia muerte y ahora al concluir un acto de suicidio, cuando la familia y abogados de Lesvy tienen pruebas, y los hechos por sí mismos, hacen más que evidente que se trata de un feminicidio. Por otra parte, la violencia proveniente de las autoridades universitarias fue ejercida en múltiples ocasiones, dificultando la transparencia y violando los protocolos nacionales e internacionales establecidos para hacer justicia en un caso como este. Destaca la negación de acceso a la carpeta de vídeos y pruebas, donde se muestra que la joven fue golpeada por su pareja, situación que se agrava por haber indicios de ediciones en dichos videos.
El caso de Lesvy nos viene a mostrar una vez más el nivel de impunidad, colusión y corrupción que vivimos día a día por parte de las autoridades encargadas de impartir justicia. Hay muchos casos más como el caso de Lesvy Berlín: Mariana Lima Buendia, Nadia Alejandra Muciño Márquez, Elena Arlette Salas Chávez y cientos de casos de mujeres que se quedan en el anonimato y en los que priva la impunidad.
Los miles de casos de agravios cometidos contra las mujeres y la juventud, como las violencias de género, feminicidios, exclusión educativa, negación a un trabajo y vivienda digna, exclusión de la política, represión, expulsión del campo, destrucción de la identidad indígena e imposición cultural y negación a la salud, por mencionar solo algunos aspectos, no son aislados sino por el contrario, se enmarcan en una violencia estructural y sistemática que forma parte de las políticas del Estado mexicano y sus representaciones a diferentes niveles: municipal, estatal y federal. Las autoridades que hoy están encargadas de impartir justicia siguen siendo las principales impartidoras de desigualdad e injusticia.
Las políticas que favorecen el libre comercio- TLCAN- y que desde hace décadas se vienen imponiendo en nuestra constitución, son las que han recrudecido e intensificado la violencia contra la población mexicana y han declarado una guerra constante contra la juventud y generaciones por venir, a quienes en este presente, se nos ha negado el futuro.
Los feminicidios y juvenicidios que hoy se cometen en nuestro país, son algunas de las expresiones más crudas de una guerra orquestada desde el imperialismo estadounidense, que tiene por objetivos arrebatarnos a las y los mexicanos nuestra fuerza vital, nuestra humanidad y negar de una vez por todas la potencialidad de transformar la realidad.
A través de la historia y las geografías, en nuestro país, y en muchas otras latitudes, principalmente en el llamado Tercer Mundo, en donde como en México, son siglos de colonización los que pesan sobre nuestros pueblos hermanos que siguen buscando caminos de liberación a igualdad, se ha demostrado que la participación de todas las generaciones es fundamental: las y los mayores conforman nuestras reservas éticas, de sabiduría y de experiencia, los acervos invaluables de nuestras historias de rebeldía, lo que sin duda constituye una de las fuentes originales de la esperanza, en otras palabras: la raíz de nuestro proceso.
Mientras que por el otro lado, las y los jóvenes, recuperando y asumiendo como nuestras las experiencias y sabiduría de quienes nos anteceden, tenemos como tarea fundamental, continuar el camino, llegar más lejos, enfrentarnos a nuevos desafíos para lo cual precisamos de los conocimientos previos, pero también de una gran dosis de creatividad para desafiar lo inédito, y de voluntad para luchar, es decir, de la esperanza que abriga todo aquel que sabe que la historia, la hacemos los pueblos. En este sentido, es una necesidad urgente que como mexicanos, logremos articularnos y organizarnos transgeneracionalmente, y en general desde todas nuestras expresiones de diversidad, para reinventar nuestra patria y tomar en nuestras manos el destino de nuestra historia.
Hoy más que nunca tienen que volver a brotar los sueños, la esperanza y la rebeldía de aquellos y aquellas que tenemos la necesidad de hacer justicia para Lesvy, Mariana, Nadia, Elena, y la interminable lista de nombres que nos obligan a no olvidar y no ceder en nuestro caminar, hasta que las condiciones de impunidad, machismo, corrupción y cinismo que privan en estas tierras, hayan sido erradicadas; hasta que México pueda considerarse un país mejor, en el que hayamos desterrado de una vez por todas al malgobierno que hoy solapa al feminicidio de Lesvy, un país en el que la justicia y la verdad sea algo más que una palabra de los impunes.