Editorial 15/10/2018: Refundar desde nuestra raíz

 

El pasado 12 de octubre se conmemoró “el día de la raza” el “descubrimiento de américa”, “el encuentro de dos mundos”, el suceso que dio paso a una larga historia de traiciones y exterminios contra los pueblos originarios americanos, todos ellos fundamentados en el desprecio, el racismo y el acecho colonial sobre los inmensos territorios y riquezas que nuestros pueblos han resguardado desde hace miles de años. Este suceso trágico y criminal, es considerado fiesta nacional desde 1929, por petición de José Vasconcelos, entonces secretario de Educación Pública.

La idea de Vasconcelos no fue una ocurrencia ni un capricho, sino parte de un proyecto de destrucción de la identidad nacional indígena basado en una visión racista y clasista que pretendía la “reconstrucción de la raza nacional” en torno a bases morales, espirituales y culturales universales (occidentales) que dejasen atrás la “incivilidad de los indios”. La construcción de la “raza cósmica”, esa por la que tan orgullosamente habla el espíritu universitario,  consistió en “civilizar e hispanizar a los indios…bárbaros, incultos, torpes e intrigantes”. La destrucción de nuestra identidad como pueblo y de nuestra historia ha sido operada no solo a través de la violencia y el despojo sino también a través del adoctrinamiento institucional, de hacer creer a los mexicanos que somos una raza diferente y superior a la de los indios y que una muestra de civilidad es dejar que decidan por nosotros los que “saben”, los que “sí tienen cultura”, los que hablan y piensan en español o en inglés, o en la lengua del dueño colonial en turno, por supuesto no en alguna de las 68 lenguas originarias que existen en nuestro país, porque las lenguas guardan códigos y formas de entender el mundo, y a quienes dominan les conviene que entendamos el mundo desde sus códigos y valores y no desde los nuestros.

Que se siga considerando el día de la “raza” como de fiesta nacional no es un descuido, es una confirmación del desprecio, la negación y la visión racista que tiene la clase gobernante de los pueblos indígenas mexicanos. El nuevo gobierno no se distingue de los anteriores en este sentido. Antes de entrar en funciones ya ha anunciado la puesta en marcha de un plan de desarrollo y modernización en el sureste del país que incluye la construcción del tren maya y la siembra de 1,000,000 de hectáreas de árboles maderables en Chiapas. Detrás de la planeación de estos proyectos está Alfonso Romo, próximo jefe de la oficina de la presidencia y magnate del agronegocio. La visión de desarrollo de Romo,compartida por el gobierno electo, es “enseñar a los indios a ser buenos mexicanos”, es decir, a trabajar jornadas extenuantes como peones en la agroindustria y en el sector maquilador o como empleados de empresas turísticas cobrando sueldos miserables. AMLO asegura que se crearán empleos para que la gente no tenga que dejar sus lugares de origen, pero ¿qué tipo de empleos?, ¿Qué tipo de soberanía pretenden construir, si los primeros beneficiarios de los megaproyectos (tren maya, corredor transístmico, NAIM) serán los empresarios privados?, ¿Alguna vez preguntaron a los pueblos qué tipo de desarrollo necesitamos?.

La clase gobernante de hoy es heredera de quienes durante siglos han ocupado el poder y siguen considerando a los pueblos como sus súbditos, como simples peticionarios y enemigos de clase, como “indios zafios, ignorantes y flojos” que no saben de gobernanza ni de legalidad y que cuando se inconforman no son considerados más que como revoltosos y agitadores del orden y la paz “públicas”.

 

 

 

 

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