Derrotar la mentira de su fuerza y la fuerza de la mentira

Editorial boletín semanal NCCP- 6/08/2017

Para iniciar una actividad no solo comprometida con la transformación de la realidad hacia un mundo más justo, sino verdaderamente efectiva, sin duda debemos preguntarnos, no una vez, sino a cada paso que damos: ¿Qué es lo que ha permitido el que lleguemos a los actuales niveles de violencia, destrucción y muerte? Y en particular para México ¿Cómo es que un puñado de personas han logrado mantenerse como únicos y exclusivos dueños de la nación y de nuestras vidas por ya más de 500 años?

Sin duda, una de las respuestas más acabadas  -pero aún incompleta-  para respondernos, está presente en todas las acusaciones, sentencias dictámenes del Tribunal Permanente de los Pueblos, Capítulo México. Este ejercicio de reconocimiento entre una gran diversidad de testimonios de organizaciones y comunidades, nos muestra de manera fina los mecanismos de los cuales se han valido las familias de empresarios y políticos que controlan el país, nuestros recursos y nuestras vidas. Para cada sector, pueden reconocerse particularidades y nuevas formas de dominación que atentan contra la vida de nuestro pueblo. No es una exageración sostener esto en un país que cuenta a sus asesinados y desparecidos por decenas de miles, y a sus pobres por millones. Y sin embargo, todo este abanico de recursos, que además continúa día a día sofisticándose y diversificándose, puede entenderse dentro de dos grandes ejes: por un lado el del dominio, y por el otro, el de la hegemonía, que puede entenderse también como dirección intelectual y moral.

Dominio
Se da por medio del uso de recursos materiales y especialmente  por medio de la fuerza que usa una ínfima minoría, compuesta principalmente por políticos y empresarios, en contra de las mayorías, para tomar y ejecutar decisiones que atentan contra el pueblo mexicano.

Por recursos materiales, se cuentan los bajos salarios y los impuestos que nos hacen pagar; condición que le favorece al malgobierno y a los grandes empresarios, ya que para cualquier familia humilde pueda subsistir, cada integrante de la familia debe trabajar en varios centros de trabajo, cubrir jornadas laborales que nos hacen recordar las condiciones de explotación previas a la revolución mexicana, violando lo establecido en la Constitución de 1917 (cabe aclarar, antes de las Reformas Estructurales). En pocas palabras, nos han convertido en la mano de obra más barata y superexplotable del mundo, situación que sin duda ha favorecido el crecimiento continuo de la riqueza de personajes como Carlos Slim, Olegario Vásquez Aldir, María Asunción Aramburuzabala, Ricardo Salinas Pliego, Alfonso Romo, Emilio Azcárraga Jean, entre otros personajes del medio empresarial.

Sin embargo, si el dominio de esta minoría sobre la mayoría sólo consistiera en forzar a la población a trabajar (como lo hacen) en las  más indignas condiciones laborales, sería previsible una negación por parte de la mayoría, pero para quienes se rebelan, hay y siempre ha habido una respuesta: la fuerza. Es este elemento lo que logra explicar los campos de trabajo esclavo de Jalisco que fueron denunciados en el TPP, y cabe aclarar, trabajo esclavo no está siendo utilizado como figura metafórica, sino que describe una realidad concreta. En la actualidad nadie por voluntad propia aceptaría ser reducido a esclavo, a no ser que su vida o la de alguien querido estuvieran amenazadas. Este mismo principio explica en parte la trata de blancas, la condición laboral de millones de migrantes, y la colaboración forzada con grupos ligados a la economía criminal. Otro aspecto de la fuerza para la dominación, es el uso de las fuerzas policiales y militares en contra del magisterio democrático, que de manera ejemplar ha resistido la embestida de las reformas y defendido las conquistas laborales, herencia de la revolución mexicana y de los movimientos posteriores.

Finalmente, debe señalarse por la relevancia que ha adquirido, el uso, entrenamiento, colaboración y hasta fusión entre gobierno y empresarios con grupos paramilitares, entre los cuales destaca el ramo del narcotráfico. A su vez, el naroctráfico ha sido pretexto idóneo para militarizar (y paramilitarizar) al país, y no en pocas ocasiones, suprimir las resistencias populares, por ejemplo por medio del exterminio o desplazamiento violento de la población para facilitar la extracción minera por parte de empresas, chinas, canadienses y estadounidenses.

No está de sobra decirlo,  quienes se han valido de estos mecanismos para acrecentar sus riquezas, -pensemos en los nombres de los grandes empresario mencionados en los párrafos anteriores-, buscan la  forma de perpetuar su enriquecimiento, fin para el cual comienzan a considerar la necesidad de no aparecer frente a las mayorías como los ladrones, superexplotadores, destructores de la naturaleza, genocidas, y en resumen, como los verdaderos enemigos del pueblo que sin duda son. Y dentro de las alternativas posibles e incluso deseables, puede considerarse la creación o respaldo de “candidaturas independientes”, o bien, afiliarse a cualquier partido que de manera mínima conserve algún vestigio de izquierda. Y esto nos lleva a la otra cara de la moneda: la hegemonía.

Hegemonía
La fuerza no es suficiente, sobre todo si se tiene en cuenta que en realidad, la mayor fuerza reside potencialmente en las mayorías, es decir, en el pueblo. Mantener sus riquezas y privilegios por medio de la pura explotación y la pura fuerza, más temprano que tarde conduciría inevitablemente a una respuesta incontenible por parte de los subalternos. Y es aquí en donde de manera más “visionaria”,  sofistican sus métodos… “¿Cómo hacemos para  continuar este festín de ultraje, explotación y muerte, haciendo que parezca un armonioso día de campo en primavera, donde todos sin excepción  tienen su lugar?”. Quien desde su posición de dominio logra dar respuesta a preguntas como esta, logrará desactivar y desarticular una gran cantidad de rebeldías sin necesidad de recurrir a la fuerza. Es esta la hegemonía, entendida como la capacidad que tiene un grupo dominante para hacer pensar a sus adversarios y grupos dominados que las acciones y decisiones que toman, o bien son las mejores posibles, o en todo caso, son males necesarios o una situación totalmente inevitable.

Juegan aquí toda la producción de la tele, radio, música, cine, y otros medios culturales y entretenimiento, para la cual de manera increíblemente explícita, Emilio Azcarraga en 1993 declaró : “México es un país de una clase modesta muy jodida, que no va a salir de jodida. Para la televisión es una obligación llevar diversión a esa gente y sacarla de su triste realidad y de su futuro difícil.” A grandes razgos, crean personajes e historias en las cuales esta “clase jodida” pueda reconocerse, pero también se explique su condición como algo normal y hasta deseable.

También la actuación de los políticos en sus tribunas, entrevistas y declaraciones, aleccionan: En México cualquier político puede prometer cualquier cosa, desde una torta de jamón hasta la paz y el cese de la violencia y la pobreza, sin necesidad de que en verdad se haga responsable de sus palabras. Y la frecuencia avasalladora con que esto sucede en nuestro país, han terminado por volver un sentido común el que si bien es cierto que los políticos mienten, roban y se burlan del pueblo, al final del día no-pasa-nada, y para muestra un botón: tanto se ha prometido la aparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, y a tres años de este evento que sacudiera cual terremoto a todo el país, no se ha podido resolver el caso y hacer justicia. La impunidad termina por quedar enquistada en el sentido común como algo que siempre ha existido y seguirá existiendo, inevitable, cuando en verdad en el pasado reciente, nuestro pasado más profundo, y en el presente, sobran ejemplos de congruencia y dignidad, como el que dan las madres y padres de familia de los 43, que no han cesado de buscar a su hijos y exigir justicia.

A unos días del Quinto Informe de Peña Nieto, al cual le antecedió una masiva campaña mediática en la que se quería presentar al país como un entorno seguro, desarrollado, en donde el presidente puede llegar a cualquier sitio a platicar con la gente sin temer rechazo o linchamiento alguno, es absolutamente  visible la necesidad vital que tienen de mentir, tanto cuando se encuentran lanzando promesas de campaña a diestra y siniestra, como cuando tienen que rendir cuentas. Algo es claro, podrán hacer dudar  todavía a algunos incautos con tantos comerciales tan costosos, pero la gran mayoría, ya no cree en el presidente, ni en los partidos, y sin duda se ha acumulado una indignación inmensa, que está pronta a convertirse en esperanza.

Nuestro camino
Y ahora ¿Quién podrá salvarnos?….  Claro, la televisión nos hace pensar que de algún lugar inesperado saldrá “El Chapulín Colorado” o algo parecido, quizá algún partido político con más promesas, nuevas alianzas, y discursos refritos (sería un exceso reconocer novedad en sus palabras), pero de fondo, con los mismos intereses. Como constituyentes, no nos queda más que hacer frente a la mentira, denunciando la realidad inhumana a la que nos han condenado a vivir y aún más a morir, pero sobre todo, regresándole a la palabra, su verdadero valor. La congruencia de nuestros actos con la palabra, es decir, la palabra verdadera, es por el momento y será nuestra única y nuestra mayor fuerza. Es con la palabra, el pensamiento y la acción colectiva, que podremos quebrar su hegemonía, y hacer que las mayorías reconozcan el poder que nos han negado, despertando así la gigantesca fuerza de nuestro pueblo: sujeto social comunitario que habrá de organizarse para refundar la nación. La fuerza de este pueblo-sujeto no se basa en el terror y la muerte, sino en el amor, la comunidad, la razón, la solidaridad y la organización;  y no será para dominar, sino para liberar. Como constituyentes, debemos demostrar la mentira de su fuerza: que no es invencible, como nos han querido hacer creer; además, tendremos que arrasar con la fuerza de sus mentiras, por medio de la verdad, la cual buscaremos siempre defender y realizar en cada acto, cada palabra y cada paso que demos, pues es esta la única garantía de que nuestro camino, será de liberación.

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