“Polémicas y desafíos – I”

Editorial semanal de la Nueva Constituyente Ciudadana Popular / 19 junio 2017.

(Descargar Boletín Semanal  19 de junio)

 

Una idea muy fuerte parece dominar a quienes luchamos: “contra el gobierno (y el Estado)  no se puede, es imposible derrotarlo”. Esta sentencia, que parece indiscutible e irrefutable, tiene como consecuencia práctica un sin fin de posiciones, que aún luchando, están condenadas a la derrota antes de emprender la lucha.

La incapacidad para pensar cómo romper con la dominación tiene en quienes luchan, de modo muy general, dos formas de expresión distintas, pero no opuestas. La primera, asume la imposibilidad naturalizando nuestra condición de dominados y haciendo apología de ella. La segunda, partiendo de que lo dominante es lo único existente y posible, cree que sólo se pueden conseguir cambios o al menos “lograr algo” desde las leyes de juego establecidas, los métodos, formas y recursos de quienes dominan.

En los que creen que no se puede superar, que tenemos que renunciar a pensar en derrotarlos y contentarnos con ser “la piedra en el zapato” se hace apología de la condición dominada. Así como se llega a repetir que es bueno ser pobre porque el dinero corrompe, se niega también la lucha por expropiarles el poder a los dominantes, porque “ese poder -se dice- es malo y también corrompe”. Se niega lo político, porque se cree exclusivo de los que dominan y se exalta lo social como lo opuesto. Se exalta la rebeldía, mientras se condena a quienes plantean que la rebeldía y la lucha libertaria debe conjugarse como lucha revolucionaria por el poder. Se conforman con lograr ser reconocidos por el gobierno al menos como los rijosos de siempre. Con expresiones tan simples como “logramos sentar al gobierno a negociar” se evidencia a quien se sabe menor, y que reconoce como una victoria que su gobernante le reconozca mínimamente su condición de subordinado, de súbdito. Se tiende a privilegiar el espontaneísmo y rechazar la organización. Se niega la necesidad de liderazgos supliendo la dirección con la ciega confianza en que el saber popular nos hará hacer bien las cosas. En muchos casos se pelea por ser consecuentes con algún ideal sin tener mucha confianza en el triunfo por lo que se lucha. Desde el inicio se anuncia que no se va a ganar, porque, de modo más sofisticado que la expresión usual del deporte, lo importante no es triunfar, sino luchar. En esa posición se tiende a reusar el dar una batalla cultural. No se busca hacer un trabajo partiendo de las formas culturales del pueblo, incluso se renuncia a hablar de pueblo, se privilegian los discursos consecuentes con una creencia proveniente de una doctrina externa en boga y se termina por achicar la posibilidad de alcance de la propuesta a los fieles convencidos de antemano.

En los que creen que la única posibilidad de triunfo está en ser uno más de los que juega en el mundo de la política de los dominantes; en imitar sus formas discursos e iniciativas no sólo se realiza un actuar político inconsecuente con lo que se cree (o creía, porque los ideales que los mueven a la lucha cada día se van diluyendo más). Sino que terminan siendo, si llegan a trascender en el ambiente de la política oficial, una versión disminuida de los dominantes, decisivos sólo si  es imprescindible distender la inconformidad social y reformular la dominación. Se confía en que, siguiendo las reglas del juego, lo políticamente correcto, se podrá hacer una fuerza opositora, un frente amplio, basado en la unidad de los pobres, a los que suele considerarse masa de maniobra, con unos indeterminados “progresistas”, que casi siempre terminan siendo fracciones de los dominantes que, por pugnas internas han sido relegadas. Se parte de una sobreestimación de la capacidad propia con su correspondiente subestimación en los que dominan. Se cree que la fuerza propia tiene capacidad de metamorfosearse, ocultarse y engañar a los poderosos para que una vez que “logremos triunfar”, haremos lo que queremos y no lo que “nos obligamos a decir para no parecer radicales”. Salvo en escenarios de grandes crisis políticas, en las que ceder el gobierno o algún cargo importante a una fuerza opositora puede dar oxígeno al régimen, para cerrarle el paso a expresiones que realmente puedan ponerlo en riesgo, estas expresiones están condenadas al fracaso ¿Acaso habrá alguna fuerza poderosa, con todo un equipo grande de intelectuales a su servicio que piense que le va a ceder el mando a una fuerza antagónica para que ella haga lo mismo?

La realidad es más compleja que las dos posiciones planteadas. Puede haber posturas intermedias, mezclas de ambas o fuerzas que vayan de una de ellas a otra, contradiciendo lo que antes dijeron, o que traten de, en un autoelogio de su grandeza, ser capaces de combinar ambas. Sin embargo, los resultados serán también funestos.

Las formas de dominación tan crudas que se han logrado instituir hasta ahora han logrado de modo eficaz que se sostenga el consenso en el régimen. Consenso que no se basa en la aceptación animosa del subordinado, sino en el pesimismo y resignación, cuando no el terror por lo que pueda hacernos el dominador. Estas formas se basan en un inmenso triunfo cultural que han hecho que aparezca como imposible que todas las personas podamos vivir digna y felizmente y en que el pensamiento para luchar en contra de ellos aparezca como en un callejón que tiene como únicas “salidas” las mencionadas antes.

A modo de polémica y reflexión crítica necesaria, creemos que como una fuerza que se plantea refundar el país desde la raíz y no hacer modificaciones superficiales, el reto de superar ambas posiciones es de primordial importancia. Aún no sabemos cómo ir más allá de esas posiciones, en nuestro ejercicio diario, tomando distancia de las formas políticas del régimen y apostando a ser mayorías desde la base,  pero aún tenemos mucho por definir. Es importante que tengamos una estrategia para la refundación y que esta se acompañe de una tremenda batalla cultural para que nuestra pequeña fuerza se vaya extendiendo, profundizando, masificando y dando muestra de que vamos a triunfar.

El régimen en México ha constituido una de las formas de control más sofisticadas del planeta. Desde hace cien años ha venido armando un sistema sumamente sofisticado para impedir que las rebeldías acaben con él. Para alcanzar un México digno, libre, soberano y democrática tenemos que demostrar que ellos no son invencibles y que la libertad y la justicia pueden reinar en este país.

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