¿Qué democracia existe en Nuestra América?

Editorial 18/12/2107

 

¿Qué democracia en Nuestra América?

 

Sobre la seguridad de los ricos y la inseguridad de nosotros

 

Estos últimos días hemos visto cómo precipitadamente las fuerzas policiacas de nuestros países actúan a rienda suelta. En Argentina las últimas movilizaciones en contra de una serie de reformas (el símil de las “reformas estructurales” mexicanas) fueron reprimidas salvajemente a pesar de que se caracterizaron de ser protestas masivas y pacíficas sin la presencia de actos violentos provocados por algún grupo de infiltrados. Todo esto ocurrió en nuestro país hermano mientras aquí se aprobaban leyes que recuerdan a los años sesentas argentinos, en los que se le entregaba a las fuerzas de seguridad interior todas las potestades para combatir al peor enemigo: el enemigo interno, que no es otra cosa que el mismo pueblo. Lo que hacen los gobiernos  mexicano y argentino, no son más que las mismas prácticas de siempre – en algunos casos perfeccionadas tecnológicamente- maquilladas de la mentira donde el gobierno supuestamente protege a la sociedad civil de agentes -dicen- “externos”.

 

Sin embargo, algo cambió con respecto a los oscuros años en los que gobernaban los militares en América del Sur: ahora se hace bajo la fachada democrática. ¿Qué quiere decir? Que quienes hoy gobiernan imponen, sin buscar excusas ni hacer golpes de estado, pues al ocupar un espacio producto de las elecciones se autodefinen como los representantes de la democracia reduciendo a ésta a la práctica política electoral, como si no existieran muchas formas de ejercer la democracia. La clásica frase que sintetiza esta política es: “el que gobierna por ser electo es democrático y por lo tanto es el representante de las mayorías”. Frente a esta cerrazón, generalmente la inconformidad se expresa  dentro de los límites de esa falsa democracia: o te aguantas la bronca y simplemente muestras algo de descontento en los marcos impuestos por el sistema (desde el muro del facebook hasta presentar demandas judiciales al defensor del pueblo o instituto similar) o te desahogas peleándote con el que está a lado que votó por ese que hoy está aprobando esas reformas que causan tambien su sufrimiento, el sufrimiento del pueblo.

 

Claro, el pueblo de pie no es tonto. Sabe que eso de las representaciones oficiales y de las elecciones (que en la mayoría de los casos ni son limpias ni representan genuinamente a la mayor parte de la población) no sirven como parámetro para medir la verdadera voluntad de la nación,  que las mayorías son las que siempre salimos afectadas pues estamos desprotegidas frente al avance de los intereses económicos de las minorías nacionales e internacionales. Pero el pueblo no se vence y con la acción demuestra que la democracia y el poder del gobierno y del Estado no es verdadera, sale a las calles  a ejercer el acto más democrático que le queda, la movilización que unifica: el de tomar las calles y gritar las injusticias que el poder de las minorías calla.

 

Sin embargo, seguimos metidos en el lío de la democracia ¿Cómo? Creyendo que en una democracia, el Estado vela por garantizar el bienestar y la sobrevivencia de sus habitantes y que a veces comete simplemente “errores”. En México, la Ley de Seguridad Interior ¿no evidencia todo lo contrario? Quienes gobernarán a partir de este momento serán todas las fuerzas de seguridad, encabezadas por el Ejército, que contará con la libertad plena de decidir sobre la vida de nosotros sin impedimentos legales. No hizo falta que un grupo de militares “ultra fascistas” decidieran quitar del poder al gobernante en turno para ejercer la presidencia de facto, sino únicamente la instancia -supuestamente más democrática de un país- la parlamentaria, por medio de la farsa, haciendo ridículo de su función pública,  declaró que las garantías y los derechos de los ciudadanos y las ciudadanas mexicanas son cosa secundaria, un simple detalle que puede desaparecer de la noche a la mañana cuando representan un peligro, un enemigo externo, a los intereses de la “Nación”.

 

En Argentina sucede algo similar. Ni siquiera fue necesario que el presidente firmara un decreto de necesidad y urgencia, sino que los mismos representantes parlamentarios se encargaron de votar todas las reformas que el gobierno de Macri propone, siguiendo las recetas del Banco Mundial, para ajustar la economía a las convenciones transnacionales.

 

Pero como en todos los rincones de este mundo, la resistencia es la única garantía de supervivencia. Entonces, el pueblo argentino salió a practicar su propia democracia, la que también tenemos en México: la defensa popular, la que no se hace en recintos cerrados ni bajo las directrices de intereses ajenos, la que no negocia migajas ni se conforma con prebendas, la que devuelve la voz colectiva y la fuerza imparable de la más humana de las convicciones: la de pelear contra las injusticias que le imponen al otro, a un sector,  como si fueran propias, de todo el pueblo.

 

Frente a la gran marea de acciones democráticas que se están dando en Argentina, en México y en todos los países de nuestra América, lo pendiente y lo necesario es por lo menos imaginar el camino para que la democracia realmente exista:  el gobierno del pueblo desde el pueblo y para el pueblo. No como slogan vapuleado de algún partido podrido, de esos que dicen gobernarnos, sino como un verdadero proyecto cimentado en el poder popular, en la humanidad que es lo único que puede salvar a la especie humana de la devastación que una minoría condena. Es necesario poner en el centro la recuperación de la idea genuina y radical, de que la democracia es la que nace de la fuerza de un pueblo en pie, que exige el control de su destino y el gobierno de su propia tierra. Recuperémosla para no caer en la trampa de defender lo indefendible, esa “democracia” que  provoca solo sufrimiento pues se sostiene por su desprecio hacia la humanidad, que desapareció a nuestros 43 y a los más de 35 mil hermanos y hermanas mexicanas, que asesinó aproximadamente a 100 mil personas, esa democracia argentina que hoy reprime la voluntad popular continuando la práctica que en los 70´s desapareció a  30 mil argentinas y argentinos, que no hace más que doblegar hasta el último pedacito de aliento que queda.

 

Si en las calles podemos demostrar nuestra fuerza, podemos ser consecuentes, darle justicia a todas y todos los desaparecidos, asesinados, mutilados, reprimidos. La experiencia nos enseña más que cualquier libro, que cuando se ejerce la verdadera democracia, cuando el pueblo se hace gobierno, los tiempos de represión salvaje pueden ser frenados, tomemos las calles para continuar la tradición que comprueba que la lucha es la única que vela por la vida de nosotros y de quienes vendrán.  

 

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