LOS VOTOS, LOS DELINCUENTES DE SIEMPRE Y LA NUEVA MAYORÍA

Arrancan las campañas electorales del año 2017: hoy inician en Nayarit y Coahuila, en el Estado de México iniciarán mañana y en Veracruz el 2 de mayo. Los partidos gastarán casi 5 mil millones de pesos asignados por el Instituto Nacional Electoral, más el dinero no declarado que de manera clandestina los partidos y políticos usarán para comprar votos y hacer ganar a 5 gobernadores, 370 presidentes municipales, 827 regidores, 55 diputados y 212 síndicos. Miles de millones de pesos para montar un circo para que los delincuentes de siempre se perpetúen en el poder y que podría ser usado para mejores causas en un país sumido en la miseria.

En el estado de México, que ha sido gobernado por el PRI durante 87 años, Alfredo del Mazo Maza, miembro del grupo de familias que se han heredado el poder y de las cuales también es parte Enrique Peña Nieto, el padrón es de 11 millones 328 mil 816 de posibles votantes.

En este juego los grandes ausentes en las decisiones serán los millones de votantes pobres e ignorantes que desde siempre han sido la coartada para que algunos políticos se enriquezcan con el dinero público. Los escándalos por robo de los bienes públicos de los gobernadores y demás políticos han servido para extender la corrupción a lo largo y ancho del país, en la medida en que permanecen impunes dichas conductas delictivas. Para todos es claro que no existe ningún ejercicio democrático en la compra de votos, en la manipulación de informativa, en el uso de las grandes empresas mediáticas para manipular la opinión, en el acarreo de miles de habitantes pobres, en el uso de la miseria y la necesidad para perpetuar este sistema que legaliza y legitima la desigualdad y la injusticia y sin embargo este rito se repite a pesar del absurdo que significa.

Este ritual en el que millones de mexicanos pobres son utilizados para legitimar el ascenso al poder de una casta de ladrones y delincuentes comienza a mostrar dificultades para realizarse. En la medida en que cada vez es más difícil ocultar el carácter depredador de la clase que detenta el poder y en la medida en que dicho ritual evidencia el engaño que significa este tipo de prácticas de la llamada democracia electoral.

Los límites de estas prácticas se evidencian en la gran cantidad de muestras de descontento que aparecen como abstencionismo, en llamado a votar por candidatos independientes, en el crecimiento de Morena como «alternativa electoral», pero es claro que, con todo y que muestran descontento, estas propuestas no logran canalizar el descontento de manera coherente en un solo torrente que agrupe a las grandes mayorías, que las organice, que construyan una salida a la grave crisis por la que atraviesa nuestro país, todavía es largo el camino para construir una alternativa popular, si entendemos que una salida popular es la constitución de una nueva mayoría que reconstruya a nuestra patria desde la raíz expulsando a la oligarquía apátrida del poder y ponga en manos del pueblo las grandes decisiones sociales y políticas.

Si es claro que estas salidas electorales han sido creadas por la propia oligarquía para canalizar el descontento por vías institucionales y reencausarlo para volver a controlarlo, también es evidente que muchas de las fisuras que muestra el sistema se agrandan y hacen difícil el retorno de los grupos sociales a las viejas formas de control como las de los partidos políticos, porque lo que hay en el fondo es un desgaste del sistema en su conjunto.

Es por esto que sólo llamar a votar no determinará el rumbo del país, dependerá, sobre todo, de la capacidad que tengan los grupos sociales de elaborar propuestas de largo plazo que agrupen y organicen el descontento social y propongan una verdadera salida popular. Si los partidos quieren transformar al país, además de llamar a votar deben organizar a sus bases para una larga pelea por refundar el país. Más aún, la lucha electoral tiene posibilidades de convertirse en una salida a la crisis si se apoya en la fuerza de los movimientos que proponen la construcción de una fuerza social al margen de los sistemas de control institucional  y que se propongan la reconstrucción de nuestro país, echando fuera a la oligarquía proimperialista y vendepatrias. Estas son las tareas de la NCCP.

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