La comunidad y el tejido social en el magisterio del Papa Francisco

José Sánchez Sánchez

Los días del 24 al 26 de octubre, en la Universidad La Salle de la Ciudad de México, la Unión de Instituciones Teológicas católicas de México, organizó un coloquio titulado “Artesanos y artesanas de humanismo” en el que se reflexionó sobre El Magisterio pastoral del Papa Francisco, al que fui invitado a tener una ponencia sobre “la Comunidad y el Tejido social”. El texto es el siguiente.

El Papa Francisco, desde el inicio de su servicio pastoral, se ha mostrado muy atento a la situación actual del mundo y de la Iglesia. Desde el primer viaje a Brasil, (27 de Julio del 2013) con motivo de la Jornada Mundial de la juventud, tanto con sus palabras como con sus gestos ha manifestado dos actitudes que se han hecho características del estilo de su acción pastoral: la cercanía y el discernimiento. Él no quiere estar alejado de las personas y de los problemas por los que pasa el mundo.  El también no quiere que la Iglesia actual esté encerrada en sí misma y en sus problemas, sino que quiere que esté con las puertas abiertas para salir a la calle y estar en contacto cercano con las gentes comprometiéndose con ellas en su problemática. Su principal preocupación es discernir qué es lo que Dios pide a la Iglesia hoy.

1.- LA CULTURA DE LA EXCLUSIÓN.

Hay dos realidades que caracterizan al mundo actual: Crisis y cambio, que están relacionadas.   Se vive no en una época de cambios, sino en un cambio de época. “La crisis que vivimos – a decir de Pablo González Casanova – es una crisis económica, moral, intelectual, política y social. Es una crisis que abarca todas las actividades de la vida humana, incluso las del conocimiento de lo que pasa y de lo que va a venir en el mundo y el país”. La causa profunda de esta crisis es el que se priva a la persona humana de su dignidad, de su primacía y se le considera un ser de consumo y producción. (Cf. EG 52) Es un cambio antropológico.

Esta sociedad vive en una inequidad contrastante.  Una minoría posee la mayoría de la riqueza, y la minoría sobrevive en la pobreza y la miseria. En 2012 el 28.2% de la población de América Latina (164 millones de personas) era pobre, y la pobreza extrema llegaba a un 11.3% (66 millones). Actualmente el 20% de los hogares más pobres sólo poseen el 5% de los ingresos, mientras que el 20% más rico posee el 47%.  La riqueza crece pero “Las ganancias de unos pocos – dice el Papa – crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Ese desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera “( EG 56).

Actualmente el mundo vive una cultura de la exclusión, del descarte. Los pobres no son sólo explotados sino excluidos, descartados de los bienes del desarrollo. Los ricos para sostener su estatus de comodidad, sacralizan el sistema económico imperante y globalizan la indiferencia.  El mundo vive crudamente la realidad del pobre Lázaro y del rico epulón.

En el discurso en el Encuentro con los Movimiento Populares en Santa Cruz, el 9 de julio de 2015, el Papa “reconoce que las cosas en el mundo no andan bien, porque hay campesinos, sin tierra, sin techo y sin trabajo, necesidades prioritarias para la vida digna de las personas, que son derechos sagrados de todos. Necesitamos y queremos un cambio, no únicamente de las personas, sino de los países, del mundo entero, un cambio de estructuras” . La comunidad rehace el tejido social, porque la persona no vive como individuo aislado, ni se masifica en la multitud.  

Entre el individualismo y la masificación que promueve este sistema de muerte, que rompe los lazos entre las personas, el vivir en comunidad, el construir la comunidad es ya, una alternativa a la sociedad de consumo.La propuesta de los grupos bíblicos, de las Comunidades Eclesiales de Base y de los Consejos pastorales – dice el Papa Francisco – va en la línea de vivir la alternativa al mundo del individualismo y de la masificación, que permiten la manipulación de las personas” (Papa Francisco, discurso a los Obispos del Celam, 25 de julio 2015). La comunidad rehace el tejido social, porque la persona no vive como individuo aislado, ni se masifica en la multitud, sino en comunión con otras personas.

Tras estas estructuras de inequidad y de desigualdad existe el imperio del dinero, que se antepone a la persona humana.  Ahora es más importante la ganancia que la dignidad de las personas.  Ocupa las primeras páginas de la prensa una devaluación de la moneda, mientras que no llama la atención que millones de personas estén abandonadas y mueran de hambre y de frío.

Además, cuando las personas y los pueblos no gozan de los bienes indispensables para la vida digna, no hay gobierno ni sistema de seguridad que pueda descartar la violencia entre las personas y los pueblos.  En las entrañas de esta sociedad organizada para y por unos cuantos, no es posible la paz. “Así como el bien tiende a comunicarse, el mal consentido, que es la injusticia, tiende a expandir su potencia dañina y a socavar silenciosamente las bases de cualquier sistema político y social por más sólido que parezca” dice el Papa (EG 59).  Si a esto se añade la industria de las armas, se vive necesariamente en la violencia, que provoca la represión, y que lejos de aportar soluciones, profundiza el problema.

Los motores de este sistema económico de exclusión son la innovación tecnológica, la ganancia y el comercio.  Se produce actualmente no para la satisfacción de las necesidades, sino para la obtención de ganancias. La publicidad empuja al consumo de cosas innecesarias, y así el hombre y la mujer se convierten en máquinas de consumo superfluo. El mimetismo de la comodidad y lujo de las clases altas es el incentivo de este consumo obsesivo. Lo que se produce para el consumo de las clases altas, luego se ofrece a través de la publicidad, a las medias y más bajas, quienes las consumen con el anhelo de vivir el estilo de los pocos privilegiados. Viven por tanto en un mundo de ilusiones.

En la cultura del descarte, se fomenta el individualismo y la masificación.  El culto a la persona empuja a un individualismo narcisista, que lo aísla y lo centra en sí mismo; así el individuo se siente mejor aislado de los demás. Por otro lado esta cultura de la exclusión fomenta la masificación. Ante las frustraciones del mundo actual, el individuo busca un refugio en la masa y es ahí donde se pierde a sí mismo y se funde en la masa. Ambas actitudes rompen el tejido social, porque la vida de comunidad está fuera de la consideración de los individuos masificados.  De esta forma el sistema puede manejar con toda facilidad, para los intereses de los poderosos, al individuo y a las masas.  

Frente al individualismo que asfixia a los seres humanos, frente a la masificación que se vive en las grandes urbes, se deben vivir y promover los valores comunitarios.

2.- LA COMUNIDAD, ALTERNATIVA EN ESTE MUNDO DE EXCLUSIÓN GLOBALIZADA

En esta situación de exclusión globalizada, es necesario que “ sus trabajadores de tierra, mar y aire, sus campesinos, agricultores y mineros, sus comunidades indígenas y no indígenas, sus sectores medios y sus juventudes, tendrán más posibilidades de defenderse, y de ganar, si a una organización de organizaciones sectoriales, regionales, fabriles, comunales, barriales, añaden la organización desde abajo y con los de abajo de su voluntad colectiva y personal; la organización de su conocimiento y del saber, la organización de su conciencia para mejor lograr lo que los trabajadores y los pueblos quieren, y para impulsar -lo que es fundamental- el fortalecimiento y organización de nuestra moral de lucha, de nuestra moral de cooperación, de compañerismo, y, también, de concertación de voluntades tanto para resistir, como para luchar, y construir las relaciones y estructuras de otro mundo posible y necesario en que, con la democracia -como poder del pueblo- éste organice la vida y el trabajo para alcanzar esa emancipación, esa libertad y ese respeto a las diferencias de raza, edad, sexo, religión, filosofía, para las que la humanidad dispone hoy de conocimientos y técnicas que consoliden la emancipación humana.

El Papa Francisco llama a un cambio, en el que la Iglesia colabore en la creación de un mundo distinto, en el que ella misma se esfuerce por vivir los valores de solidaridad que pretende que existan en la sociedad.  Es necesario que viva profundamente la dimensión de comunión para que construya un nuevo mundo en el que todos quepan, en el que no se excluya a nadie por razones de producción o de consumo, de poder o de cultura.  Si la Iglesia se transforma interior y estructuralmente, si vive el modelo de “Iglesia en comunión” en todos sus niveles, si es cada vez más un sacramento del Reino de Dios, podrá colaborar a la creación de este nuevo paradigma, y si no lo hace, será sal que ha perdido su sabor (Cf. Mt. 5,13-16).

Hoy más que nunca, ella debe esforzarse por vivir la dimensión comunitaria de su ser. Debe hacer hincapié más en la vida de comunidad que en la institución eclesiástica. La koinonia vuelve a ser el rostro que la Iglesia debe presentar al mundo.

La Iglesia de Jesús en su dimensión pequeña, (La Ceb) es un factor importante de revitalización de la Iglesia en salida, casa para toda la humanidad, porque descentraliza y articula la vida.

La alternativa que presenta el modelo de “Iglesia comunión” es ante todo cualitativa por las relaciones de hermandad y de participación que se vive en ella. La iglesia en salida, aunque pequeña, vive los valores de una sociedad alternativa, en donde se viven los valores comunitarios y no haya exclusión.

En el momento actual, no hay sistema que se pueda competir de igual a igual, con el neoliberalismo globalizante. Los grandes pensadores de un “mundo distinto” afirman que hay que luchar localmente, pero con perspectivas globales; lo cual significa que se está aún en la fase inicial de la construcción de una alternativa al sistema neoliberal.

Entre el individualismo y la masificación que promueve este sistema de muerte, que rompe los lazos entre las personas, el vivir en comunidad, el construir la comunidad es ya, una alternativa a la sociedad de consumo.La propuesta de los grupos bíblicos, de las comunidades eclesiales de base y de los Consejos pastorales – dice el Papa Francisco – va en la línea de vivir la alternativa al mundo del individualismo y de la masificación, que permiten la manipulación de las personas” (Papa Francisco, discurso a los Obispos del Celam)

CONCLUSIÓN.

Puedo concluir: En la cultura de exclusión y del descarte, el tejido social se destruye. El individualismo y la masificación ahogan la dignidad de las personas para hacerlas más manejables al sistema del imperio de la muerte. La indiferencia se ha globalizado de tal suerte que la inequidad, la pobreza y la miseria han extendido y acrecentado cada vez más la división y los conflictos en la humanidad. Se ha impuesto una economía sin rostro, y sin un objetivo humano (EG 55).

Es necesario un cambio profundo de las estructuras de este sistema, por otras que esté centrado en la vida digna de todos los humanos, en el que la economía se ponga al servicio de todos, especialmente de los pobres, en donde se viva la equidad y todos puedan disfrutar de los bienes, y no haya violencia para que sin conflictos se pueda conseguir el pan necesario para vivir dignamente, cuidando y respetando la casa común.

El sujeto de este cambio global, –lo señala el Papa- somos todos, principalmente los pobres, que sufren las consecuencias de este sistema que mata. Son ellos los que reconstruyen el tejido social para que se viva una cultura de solidaridad globalizada. Crear la comunidad no es refugiarse en una situación que nos enajena de la realidad, sino es luchar por construir unas relaciones de fraternidad y de paz.  

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